Hace un tiempo leí a una mujer llamada Cris, no sé quién es, de dónde es o cuántos años tiene. Ella compartía en sus palabras su cansancio y desánimo al no alcanzar los objetivos que se había propuesto y todas las veces que ha intentado hacer cosas por los demás sin lograr que fuera suficiente.
Escribí, antes que otra cosa, dándole las gracias por compartirse, por abrirse y entonces aproveché esa apertura, que al leerle me conectó con experiencias muy vívidas, recordé cuántas veces me autonombré terca, cómo lo hacía ella; pero saben, no es terquedad, es perseverancia.
También recordé por medio de sus palabras cuántas veces sentí que a pesar de todos los esfuerzos que hacía por ayudar a las personas importantes para mí, a solucionar sus problemas, a encontrar una alternativa, deseando que se sintieran mejor, a intentar que vieran las ventajas y desventajas de las experiencias, pero nunca era suficiente y muchas veces no le atinaba y eso de verdad que me cansó. Afortunadamente siempre encontré la fuerza para continuar aún con cansancio.
Saben, eso se llama hacer uso de la esperanza, que es la fuente de la vida. Buscando ayudar y aportar alegría a la vida de los demás, un día me cansé y no pude más. Ahí comprendí que necesitaba comenzar a ayudarme a mí misma a encontrar otras alternativas para poder comunicar lo que yo pienso y siento de las cosas que observo y las ideas que se me ocurren para hacer las cosas que quiero, tengo y debo hacer.
Comencé a recuperar mi energía y alegría de vivir porque al atenderme a mí misma, al aprender a escucharme y ayudarme a encontrar mis soluciones, mis alternativas, comprendí que cada persona tenemos el derecho y la responsabilidad de elegir, decir y hacer, o no hacer.
Encontrar nuestros ¿cómo? ¿cuándo? ¿dónde? ¿por qué? ¿para qué?, y de lo que decidamos, cada persona necesita asumir los riesgos. Comprendí que, en mi afán de evitarles dolor y sufrimiento, lo que yo estaba haciendo era hacer sentir a esas personas importantes para mí, que intentaba imponer mis alternativas, lo cual, me hacía sentir a mí, que no le atinaba y que ninguno de mis esfuerzos era suficiente.
Mis seres queridos muchas veces sintieron que los desaprobaba, que no confiaba en sus capacidades, que les robaba su espacio vital. ¿Qué paradoja verdad?
Y tú. ¿De qué estas cansado/a?
Yo ahora espero recibir solicitudes de apoyo y cuando las recibo, me siento muy feliz de poder acompañar a otra persona a autodescubrir sus habilidades y alternativas de solución.
POR MARIA ISABEL ROMERO LÓPEZ
MAESTRA EN PSICOLOGÍA CLÍNICA INTEGRATIVA
PAL