El filósofo bilbaíno, Daniel Innerarity, alerta en distintos ensayos acerca del populismo y los líderes populistas de nuestros tiempos. Al respecto analiza cómo el populismo emerge en contextos de descontento social y desconfianza hacia las instituciones. Aunque puede parecer una respuesta legítima frente a la crisis de representación política, el populismo plantea serios riesgos para la democracia al simplificar problemas complejos, polarizar a la sociedad y deslegitimar las instituciones democráticas.
Innerarity define el populismo como una reacción emocional que divide el mundo en “pueblo” y “élites”, ofreciendo una narrativa simplista en la que los problemas sociales se reducen a la existencia de enemigos internos o externos. Esta postura desprecia los matices de la realidad y promueve soluciones inmediatas que, lejos de resolver los problemas, los agravan. Asimismo, el autor enfatiza que el populismo explota las limitaciones inherentes a la política democrática: la lentitud en los procesos deliberativos, la incapacidad para responder rápidamente a las expectativas ciudadanas, y la complejidad de gestionar intereses diversos en un mundo globalizado.
Estas pinceladas conceptuales las podríamos ejemplificar fácilmente alrededor del orbe: Orbán en Hungría, Le Pen en Francia, Meloni en Italia, Milei en Argentina, López Obrador en México, Petro en Colombia, Erdogan en Turquía, Abascal en España, Maduro en Venezuela, Putin en Rusia o, por supuesto, Trump en Estados Unidos. No importa si se consideran de izquierda o derecha, incluso si creen que el debate del cartesiano político está agotado, el manual es el mismo: polarizar, simplificar, deslegitimar, crear enemigos “imaginarios”, generar narrativas de odio.
En tan sólo estos días vimos con escozor la toma de posesión de Nicolás Maduro, quien en este tercer mandato durará en el cargo hasta 2031, cumpliendo en esa fecha 18 años en el poder y, junto con su antecesor, Chávez, desmantelando toda institución democrática del país, apresando, callando y persiguiendo a sus opositores, logrando el mayor éxodo venezolano en la historia, acabando con la economía y dejando en el olvido a la democracia.
No conforme con esto, el dictadorzuelo populista debe seguir el manual, en esta toma de protesta espuria nos dejó unas “perlas populistas”: “El poder de Estados Unidos, junto a sus esclavos en América Latina, convirtieron la elección de Venezuela en una elección mundial. Y se la ganamos. [...] No aprendieron de la experiencia Guaidó. [...] La extrema derecha sionista encabezada por un sádico social como Javier Milei con ayuda del imperio norteamericano creyó que podrían imponerle a Venezuela un presidente”.
Por su parte, Vladimir Putin, en su conferencia anual a finales de año, nos da muestras de que la combinación de populismo y guerra es catastrófica para la democracia y para la vida misma. Aseveró que la invasión a Ucrania debió haberse realizado antes y que “Rusia se ha vuelto mucho más fuerte en los últimos dos o tres años porque se ha convertido en un país verdaderamente soberano. Nos mantenemos sólidos en términos económicos, estamos fortaleciendo nuestro potencial de defensa, y nuestra capacidad militar es hoy la más fuerte del mundo”. Miedo, chauvinismo, armas nucleares y el ego del tamaño de la ex Unión Soviética, otra característica del dictador populista ruso.
Así, el mundo actual nos enseña que, aunque sea una puerta fácil, el populismo no vendrá a dar soluciones, las agravará; que las y los líderes populistas no son más que falsos profetas que sólo buscan su beneficio personal. Faltan tres días para que Trump regrese a la Casa Blanca y nos entregue más páginas del manual populista.
POR ADRIANA SARUR
COLABORADORA
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MAAZ