Columna Invitada

El votante de Trump, un encuentro cercano del tercer tipo

El estado profundo es, me decía, el gran problema del mundo. Por eso se terminó en Estados Unidos cuando empezó la República de la Corporación

El votante de Trump, un encuentro cercano del tercer tipo
Pedro Ángel Palou / Colaborador / Opinión El Heraldo de México Foto: Heraldo de México

Pensarán mis amables lectores que lo que van a leer a continuación es producto de la imaginación novelística, pero aclaro que en afán periodístico he decido reproducir la conversación que tuve la semana pasada en New Hampshire con un conductor de Uber de unos 63 años. El trayecto no duró ni diez minutos, las perlas de su pensamiento guiado por el conspiracionismo son espectaculares. Me subí, intercambiamos nombres. Poco antes me despedía de un amigo en español y por supuesto me dirigí a él en inglés.

–Hablas dos idiomas, qué grande es Dios. Yo nunca lograré aprender otro idioma –dio un largo sorbo a su café de Dunkin. Intenté explicarle la razón, pero no me escuchó. Empezó a hablar como si retomara una conversación conmigo:

–¿Sabe? Joe Biden está muerto.

–¿Desde cuándo?

–Desde la inauguración. ¿No se dio cuenta? Solo usaron tres cañones, no cuatro. El código militar es estricto. Tres cañones solo se usan para un funeral. Veintiún salvas. La primera les salió mal.

–Ah, y entonces quién es el que sale en la televisión.

–Un actor. Es un poco más alto que el difunto Biden.

–Además, seguro usted no se dio cuenta, pero la inauguración fue en un cementerio. No en el National Mall. 

Empezaba a perderse en sus pensamientos, para qué refutarlo. Lo dejé seguir.

–De hecho, ya no existen los Estados Unidos de América. Esos se acabaron después de la inauguración. Ahora hay una corporación que dirige este país. Se llama República de Estados Unidos y quien manda es Trump. Han regresado todo el oro que teníamos afuera, incluso en China. El oro no lo tiene Biden, lo tiene la corporación.

Pensé que podía contradecirlo:

–No que Biden estaba muerto.

–Biden el actor, ¿qué no me entiende? Con ese oro ya los billetes no importan. El dólar no vale nada. Lo único que vale son las criptomonedas. La corporación las controla. Bitcoin, Ethereum, Solana, Polkadot, Tether. Nada tiene valor real. 

–¿Y entonces? ¿Para qué trabaja usted?

–Para no aburrirme. No tengo hipoteca. Ahora mismo mi casa vale 380 mil dólares. Podría en mi teléfono pedir cincuenta mil y comprarme un coche último modelo y pagar un nikel por la eternidad.

–Cuando venda la casa va a tener que saldar la deuda. Entonces valdrá menos de 330, sobre todo con los intereses.

–De veras que no ha entendido nada. No quieren mi casa, quieren que use sus criptomonedas. Cuando venda mi casa ya habré recuperado el valor.

Miré su coche bastante destartalado y me cuestioné de por qué no hacía esa transacción y cambiaba a uno más cómodo y nuevo. Al fin que según él era cuestión de segundos y sin ir al banco.

–Todos los bancos están quebrados. No tienen dinero. O sí, tienen billetes que no valen nada. 

Del tema económico, del que era un experto, pasó a hablarme de las guerras del mundo, de Ucrania, de Israel. Todas esas guerras están allí para que se destruya el “estado profundo” y caigan esos gobiernos. El estado profundo es, me decía, el gran problema del mundo. Por eso se terminó en Estados Unidos cuando empezó la República de la Corporación.

–Mire, quizá usted y yo no lo veamos. Pero la corporación un día va a mandar en todo el mundo y no va a haber gobiernos locales, ni países. 

Solo por no dejar, o para comprobar, le pregunté:

–Y usted qué piensa, que la tierra es redonda o plana.

–Quisiera creer que es redonda. Sería menos difícil conversar con algunos de mis amigos que siguen pensando así. Pero estoy convencido de que es plana. Lo de la tierra redonda es otro invento de los Rothschild.

Quise entonces cambiar de conversación porque ya me había enredado.

–Qué buen día hace hoy.

–Sí, se ve algo del azul de cielo. Pocas nubes. Y al menos esas son reales.

–Sí, reales. No como las otras, las de mentira.

–¿Cuáles son las de mentira?

–Las otras. Las ponen, las quitan. Por eso estamos todos enfermos del pulmón. ¿Usted fuma?

-No, no fumo.

–No importa un bledo. Usted va a estar enfermo también pronto. Yo llevaba 44 años fumando y estaba sano, no tenía nada. Dejé de fumar y me enfermé por las nubes falsas. 

Empezó a toser. Tomó otro trago de su Dunkin.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU

COLABORADOR

@PEDROPALOU

EEZ

Temas