De acuerdo con una encuesta aplicada por Ipsos en 26 países y publicada en 2023, el 71 por ciento de los mexicanos entre 16 y 74 años dice pertenecer a alguna de las religiones cristianas. Del total de la población religiosa –incluidos 1 por ciento de musulmanes y 7 por ciento que practica otros credos; el 21 por ciento restante somos ateos, agnósticos y/o celosos de la privacía–, sólo el 38 por ciento acude cuando menos una vez al mes a orar a un lugar de culto.
A falta de más información y en aras de un ejercicio antropológico en potencia útil, pido al lector disculpe mi falta de rigor metodológico cuando asumo que el porcentaje de la población total que practica activamente su religión es directamente trasladable al universo de los cristianos.
Los mexicanos de entre 15 y 74 años de edad que viven en el país –nueva disculpa metodológica: el corte del INEGI no corresponde con exactitud al de Ipsos– suman poco más de 46 millones y medio. (Llegué a esa cifra gracias a una utilísima herramienta disponible en el sitio web del Instituto: https://www.inegi.org.mx/app/tabulados/interactivos/?pxq=Poblacion_Poblacion_01_e60cd8cf-927f-4b94-823e-972457a12d4b) El 71 por ciento de ese universo representa poco más de 33 millones de mexicanos que se identifican como cristianos; el 38 por ciento de esos 33 millones –es decir quienes practican de manera activa esa religión al punto de acudir una vez al mes a un lugar de culto– equivale grosso modo a 12.5 millones de personas con motivo legítimo para festejar las Posadas, Nochebuena, Navidad, el Día de Reyes.
Otro dato: de acuerdo a la proyección de la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo, las fiestas decembrinas de 2024 dejarán al país una derrama económica de 560 mil 800 millones de pesos, lo que en el hipotético caso de que sólo los cristianos practicantes festejaran la Navidad arrojaría un gasto promedio por persona de casi 45 mil pesos, fenómeno inconcebible en un país cuyo ingreso mensual per capita asciende –de acuerdo a datos del Coneval– a poco menos de 3 mil 350 pesos. Conclusión inevitable: hay en la calle millones de inventados gastándose lo que no tienen en observar una fiesta en la que no creen, nomás por mitoteros.
Cierto: tiempo ha que hemos trocado el “Feliz Navidad” por “Felices fiestas” no sólo en atención a otras celebraciones religiosas –el Jánuca judío– sino a la creciente laicidad del espíritu de temporada: más que adorar al Niño Dios, la mayoría se permite un desfogue colectivo para despedir un año de trabajo. Están en todo su derecho. Como también nos asiste a los que no nos gustan las fiestas ni las aglomeraciones en los comercios el derecho a quejarnos de ello. Y de ellos.
Ya vamos a la mitad de la pesadilla anual. Ánimo, paciencia y champaña (ese anestésico).
POR NICOLÁS ALVARADO
COLABORADOR
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