Tengo un amigo que exhibe tal interés por lo nuevo –de las nuevas ideas a los nuevos restaurantes y de las nuevas tendencias a las nuevas formas de agencia social (fue de hecho él quien me enseñó esa acepción de “agencia”)– que he dado en llamarle El Modernito. Esa discrepancia en talante –yo añoro el siglo XX y juro por cosas que a él le resultan ridículas, como el Estado (con mayúscula) y la Elegancia (también)–, aunada al hecho de que no habitemos la misma ciudad, son los ejes de nuestra dinámica. El Modernito me envía artículos o publicaciones de cosas que a él le parecen interesantísimas y a mí inventadísimas; yo doy voces, invoco a Montesquieu, a Proust, a Inès de la Fressange. Yo le comparto material dizque atemporal y eterno; él me responde con GIFs de bostezos o de un Elmo victorioso en un páramo en llamas.
Hoy, sin embargo, logré escandalizar al Modernito sin proponérmelo. Amanecí con la noticia de la muerte de la actriz Marisa Paredes. Como cada que fallece una figura pública que admiro, me procuré algunas fotos de ella y escribí en Instagram un obituario de balance y homenaje. A los minutos recibía vía WhatsApp este mensaje: “En shock con la muertita… me enteré por tu publicación en IG, red en la que también encontré esto, que redobló el shock”, a lo que seguía un reel que anunciaba “Mi pobre angelito cumple 34 años, lo que equivale a que en 1990 vieras una película de 1956”. Diré más: Tacones lejanos, la que lanzó a Paredes al estrellato global, cumple 33; la actriz tenía 45 cuando la filmó; falleció –no añosa pero tampoco joven– a los 78. Lo mismo da que nos figuremos Modernitos o Eternitos: si recordamos haber visto esas dos películas en el cine, estamos viejos.
En aras de eludir mis pensamientos mórbidos me puse a leer el periódico –que, claro, no es periódico ya pues su actualización se produce de manera constante y no a intervalos de un día. Entre las noticias figuraba la posibilidad de que un familiar de quien preside el partido en el poder encabece la impartición de justicia en la capital, así como la asfixia desde la oficina presidencial del pleito entre el líder de los diputados y el de los senadores –ambos, claro, del mismo partido, ése que ocupa el poder todo. Cuando los titulares son esos, resulta muy difícil reconocer que ha dejado uno de vivir en los 90 tempranos.
Interrumpe mi lectura un mensaje del Modernito: es un tuit reenviado. “Hitler gana elecciones en Perú pese a objeciones de Lenin”. Y es que resulta que se disputan el control del distrito peruano de Yúngar un político de derecha al que sus padres bautizaron en honor al Führer y uno de izquierda cuya familia claramente idolatraba al líder de los Comisarios del Pueblo.
Siquiera en México no ha emergido un nuevo líder político que se haga llamar Jolopo. Todavía.
POR NICOLÁS ALVARADO
COLABORADOR
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