A principios de los años setenta, los conceptos y la teoría de los ciclos acuñados por Keynes estaban tan asimilados en el pensamiento económico que hasta un presidente conservador como Nixon (cuya carrera en el viejo partido republicano inspiraba expectativas más ortodoxas) llegó a admitir, muy quitado de la pena, que “ahora ya todos somos keynesianos”. Hay controversia respecto al fraseo, las circunstancias y hasta a los orígenes de la expresión; con todo, es un hecho que desde entonces es una referencia de cómo a veces, en la disputa política, uno puede terminar asimilando inadvertidamente los términos y las ideas de sus adversarios.
Postulo que algo así nos ha ocurrido en México con el trumpismo, particularmente en el tema migratorio.
México solía oscilar entre dos identidades en ese sentido: por un lado, se preciaba de ser una tierra de asilos y exilios; por el otro, se consideraba un país “expulsor”. Ambos rasgos se combinaban para articular una posición que –si bien siempre tuvo, por decir lo menos, sus cadáveres en el clóset– comunicaba coherencia y, sobre todo, decoro. Frente a Estados Unidos, México tenía credibilidad para pedir empatía respecto al drama humano que implica el acto de migrar, respeto a los derechos de los migrantes y reconocimiento de lo que aportan a sus comunidades. Se aspiraba a ejercer cierta conciencia moral, pues, contra la indiferencia, el maltrato y la xenofobia.
Pero en algún punto, quizá durante la década de 2010, quizá antes, las cosas cambiaron. En Estados Unidos fracasaron varios intentos de aprobar una reforma migratoria, se multiplicaron las “crisis fronterizas” y los “inmigrantes ilegales” se convirtieron en un poderoso chivo expiatorio para el electorado republicano. Y México, por su parte, se volvió un país “de tránsito” y “caravanas”, comenzó a desplegar políticas más agresivas contra los migrantes (como el Programa Frontera Sur en el sexenio de Peña Nieto) y, ya con López Obrador, aceptó hacerle el “trabajo sucio” a Trump con tal de que no impusiera aranceles, y a Biden a cambio de que no se metiera en nuestra política interna.
Sacrificar la relativa conciencia moral de México en materia migratoria se consideró una suerte de “adaptación” necesaria, un acto de “pragmatismo”, incluso fue racionalizado en la opinión pública como una estrategia “exitosa” (¿para quién y a costa de quiénes?). Ahora el gobierno mexicano está “atendiendo” el asunto (i.e., impidiendo “humanitariamente” que los migrantes lleguen a la frontera norte), asumiendo sin chistar las condiciones que pone Trump, al tiempo que para 2025 les recorta presupuesto a los consulados en EUA, a la COMAR y al INM. ¿Queda alguien que levante la voz, que proponga alternativas, que piense en los migrantes antes como personas que como problema?
Lo dicho, en la cuestión migratoria México ha dejado de ser México: ahora ya todos somos trumpistas.
Aviso. “Ruinas del futuro” se va de vacaciones. Regresa el 14 de enero. Felices fiestas.
POR CARLOS BRAVO REGIDOR
COLABORADOR
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