La de 2010 fue una década de protestas masivas a escala planetaria: Túnez, Egipto, Libia, Siria, Irán, China, Tailandia, Rusia, Turquía, Grecia, Ucrania, Hungría, Francia, España, Portugal, Chile, Argentina, Brasil, Venezuela, Colombia, Cuba, México, Estados Unidos… No fue, sin embargo, una década revolucionaria. Vista a la distancia, lo que sorprende no es tanto la frecuencia ni la intensidad de las protestas (motivos para el descontento abundaban); lo sorprendente, más bien, es el hecho de que el mundo no se haya vuelto, como resultado, ni más democrático ni menos desigual. ¿Por qué?
Ivan Krastev (Lukovit, 1965) ha propuesto una respuesta que tiene la virtud de entretejer los patrones generales y las condiciones locales que dieron forma a las protestas globales, y de interpretar sus similitudes y diferencias a partir de una intención analítica a un tiempo consistente y flexible. En su lectura, a esas protestas les sobró performance pero les faltó proyecto. Más que esfuerzos por construir alternativas políticas duraderas, constituyeron explosiones de indignación moral.
A pesar de sus contrastes y su diversidad, las protestas compartieron un genuino “espíritu libertario” basado no en una utopía sino en una desconfianza compartida: en los partidos, en las élites, en los medios de comunicación, en los líderes, en las instituciones, en fin, en todo lo que significara política. Su objetivo nunca fue reemplazar al “sistema” (léase al Estado y/o al mercado) sino, en todo caso, reprobarlo.
“Democracy Disrupted” (Universidad de Pennsylvania, 2014) es un libro breve pero macizo, lleno de observaciones agudas e intuiciones deslumbrantes. Sobre cómo, por ejemplo, dichas protestas no respondían al propósito colectivo de defender los valores o intereses de las clases medias sino a la inquietud individualista de preservar el estatus clasemediero en el contexto posterior a la crisis financiera de 2008, misma que desplomó los ingresos, y con ellos el horizonte de futuro, de la llamada clase media global.
“Los ciudadanos que participaron en esas protestas querían cambio pero rechazaban toda forma de representación. Ansiaban pertenecer a una comunidad política, pero repudiaban cualquier tipo de liderazgo. Estaban dispuestos a correr el riesgo de ser golpeados o reprimidos por la policía, pero no de confiar en un partido o un político. Soñaban con otra democracia, pero perdieron la fe en las elecciones”. Las suyas fueron, en suma, prácticas insurreccionales sin un proyecto de insurrección.
El mundo en el que desembocaron es un mundo donde impera la furia, no la justicia; en el que gobierna no la atención a los agravios sino su feroz instrumentalización; es un mundo más propicio para los retrocesos autoritarios, así sea en nombre del combate a la desigualdad, que para reformas verdaderamente redistributivas.
POR CARLOS BRAVO REGIDOR
COLABORADOR
@CARLOSBRAVOREG
MAAZ