El rasgo distintivo de nuestra época es la competencia estratégica entre China y Estados Unidos. Por encima de la guerra en Ucrania y los conflictos armados en Medio Oriente, es esta lucha entre las dos superpotencias lo que impacta a todo el mundo. Lo que está en juego es el premio mayor de la geopolítica global: la hegemonía mundial en el siglo XXI.
Estados Unidos se convirtió en la superpotencia hegemónica al finalizar la segunda guerra mundial. Durante las últimas ocho décadas ha sido capaz de inducir o imponer las “reglas del juego” a nivel mundial, sobre todo desde 1991, cuando desapareció la Unión Soviética, víctima de sus propias contradicciones. Pero hoy China presenta un reto, cada vez mayor, a la hegemonía estadounidense. Lo hace a través de su creciente influencia en el comercio, las finanzas globales, y el control de las tecnologías de vanguardia en el siglo XX, en especial la inteligencia artificial.
En algunas ocasiones, un evento marca un cambio significativo. El pasado jueves 14 de noviembre se registró un suceso de ese tipo. El presidente de China, Xi Jinping, acompañado de la presidenta del Perú, Dina Boluarte, inauguró el nuevo puerto de Chancai, en Perú, con capacidad de recibir a los barcos cargueros más grandes del mundo, que fue construido por China mediante una inversión de 3 mil quinientos millones de dólares, y será controlado por una empresa del gigante asiático.
No cabe duda de que China absorbió bien las enseñanzas del siglo XIX, en el que las naciones occidentales la cercaron y humillaron. Aprendió las lecciones de Hong Kong y Macao. Ahora sigue la misma política para consolidarse como superpotencia: se ha dado a la tarea de adquirir puertos de otros países para asegurar el acceso a mercados regionales para su creciente sobreproducción industrial, y para garantizar el abastecimiento seguro de materias primas esenciales, como el litio.
China desplazó a Estados Unidos como la principal potencia comercial desde 2013. Es el socio número uno de las naciones asiáticas, africanas, europeas y latinoamericanas, con la significativa excepción de Canadá, México, y algunos países de Centroamérica. Su éxito económico en Sudamérica ha sido notable.
Por eso, en 2013 lanzó su famosa Iniciativa de “la Franja y la Ruta”, que tiene como objetivo principal posicionarla como centro económico global, mediante el desarrollo de infraestructura (carreteras, ferrocarriles, puertos), y alianzas políticas y económicas con decenas de países de todas las regiones.
Mediante empresas estatales como COSCO Shipping y China Merchants Port, hoy controla o mantiene una presencia muy significativa en casi una centena de puertos en América Latina, África, Asia y Europa. Destacan el puerto de Djibouti, en el Cuerno de África, porque cuenta con una base militar; el puerto de El Pireo, en Grecia, para posicionarse en Europa; el puerto de Hambantota, en Sri Lanka; el puerto de Gwadar, en Pakistán, y ahora el puerto de Chancai, en Perú, el corazón de Sudamérica.
El control chino sobre puertos en todas las regiones geográficas tiene fines aparentemente comerciales, pero son evidentes sus implicaciones estratégicas. China fortalece su influencia en las rutas comerciales y logísticas globales, además de que recopila información e inteligencia, que le será muy útil para fines militares en caso de que surjan situaciones de conflicto. Es un elemento clave de su proyección de poder global.
Mientras China se adentra en esta fase de influencia planetaria, Estados Unidos, la superpotencia hegemónica hasta hoy, en la era de Trump, iniciada en realidad hace ocho años, en 2016, pareciera adentrarse en una nueva etapa de aislacionismo y proteccionismo económico, tendencias que han estado muy presentes a lo largo de su historia.
El retorno de Trump refleja los recelos que el estado del mundo actual les inspira a muchos estadounidenses. El empresario los ha convencido que el resto del planeta, particularmente China, pero también los aliados europeos y asiáticos, y aún sus socios comerciales como Canadá y México, abusan de los Estados Unidos. Por eso los anuncios de que impondrá a China elevados aranceles, exigirá a los aliados de la OTAN que vean por su propia seguridad e incrementen sus gastos en armamentos, y su deseo expreso de poner fin a la guerra en Ucrania, aún al costo de concederle a Putin todas sus exigencias territoriales.
La estrategia de Trump apuntará, mediante aranceles y un proteccionismo abierto, hacia promover la reindustrialización de su país. No parece importarle la viabilidad económica y el costo de este gran objetivo. Además, Estados Unidos no domina los puertos de otros países. Cuenta con bases militares en todo el mundo, que proyectan su enorme poder, pero no le reditúan, al menos directamente, ganancias económicas o comerciales. En los próximos años veremos qué estrategia de los dos colosos resulta triunfadora.
POR MIGUEL RUIZ CABAÑAS
DIPLOMÁTICO DE CARRERA Y PROFESOR EN EL TEC DE MONTERREY
@miguelrcabanas
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