El cambio en el Gobierno de Estados Unidos y el regreso de Donald Trump a la presidencia es un reto que no sorprende al Gobierno de México. Por el contrario, ofrece la oportunidad de demostrar la madurez del equipo de la presidenta Claudia Sheinbaum en la gestión de las relaciones entre ambos países, desafiando así las versiones alarmistas que buscan infundir temor en la opinión pública.
Desde el primer día de la actual administración, y anticipando las elecciones presidenciales en el vecino país, las Secretarías de Gobernación, Relaciones Exteriores, Economía y Seguridad Pública han trabajado en estrecha coordinación.
El objetivo ha sido, y sigue siendo, atender la agenda bilateral en temas prioritarios como la migración, el combate a la delincuencia organizada, en los ámbitos de trata de personas, tráfico de drogas y armas, así como el fortalecimiento de las relaciones comerciales.
De manera oportuna, el secretario de Economía, Marcelo Ebrard, ha recordado a los medios la experiencia de las relaciones entre México y EU durante el primer mandato de Trump, cuando coincidió con los primeros dos años de gobierno del presidente López Obrador.
El canciller mexicano de aquel entonces nos recuerda que fue en ese período, y bajo la iniciativa del mandatario estadounidense, cuando se concretó la transición del Tratado de Libre Comercio al Tratado México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), lo cual impulsó las exportaciones de ambos países y convirtió a México en el principal socio comercial de Estados Unidos en pocos años.
La postura de Trump frente a esta realidad ya como virtual Presidente no se ha hecho esperar. El pasado jueves, emitió una declaración en la que, aunque reafirma la prioridad de la seguridad fronteriza, desvanece el temor irracional de un cierre total de la frontera en su segundo mandato.
En su discurso, Trump deja atrás la retórica confrontativa propia del periodo de campaña y se limita a expresar su propósito de regular el flujo migratorio, expresando: “No soy alguien que dice: ‘No, no puedes entrar’. Queremos que la gente entre…”.
Este enfoque es coherente con la realidad de que Estados Unidos es una nación construida sobre el flujo migratorio, el cual ha marcado el rumbo ascendente de su progreso y esto no puede ser ignorado.
El discurso de Trump, en el contexto de una mayoría republicana en el Congreso, abre la puerta a una posible reforma migratoria integral, similar a la Ley Simpson Rodino de 1987, que legalizó la estancia de millones de mexicanos.
Dicha regulación no ha sido renovada en respuesta a las circunstancias actuales, ya que los partidos Demócrata y Republicano han usado el tema migratorio como un arma electoral, en una lucha que hoy está definida tanto en la Presidencia como en el Congreso.
POR LUIS FERNANDO SALAZAR
SENADOR DE LA REPÚBLICA POR COAHUILA
@SALAZARLUISFER
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