Temen al silencio, a la derrota, a que su palabra no sea determinante. Los patriarcas caminan con miedo, viven en la zozobra, esperando a que alguien descubra su secreto y les diga: ¡el rey va desnudo!, es frágil, no es Hércules, Aquiles o Superman. Su angustia adopta la máscara del grito, del manotazo. No pueden perder la batalla, usarán los puños si es necesario.
Hace algunos días se volvió viral el video de un famoso comentarista deportivo, quien fue jugador y técnico de futbol soccer. Fiel a su estilo, vociferaba para imponer su punto de vista. Años atrás lo habíamos visto protagonizar un momento parecido. Apegado a su guion, regañaba a sus jugadores por no seguir sus instrucciones al pie de la letra. Sus empleados bajaban la mirada y contaban los segundos para que el entrenamiento terminara.
Le pregunté a mi amiga Nelly Lara, académica de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, por qué son tan exitosos estos videos.
Me dijo: “Los hombres ejercen su masculinidad fundamentalmente a través del despliegue del poder, y este lo ejercen a través de diversos mecanismos, como alzar la voz, violentar, interrumpir, ser protagonistas y tener comportamientos tiránicos. Este comportamiento se puede convertir en un referente fácil de reproducir entre quienes dan un seguimiento a la masculinidad como un comportamiento valorado socialmente para los hombres”.
Una escenificación que tiene grandes costos. Un modelo de hombre multiplicado millones de veces en las diferentes plataformas. Un arquetipo difícil de romper. El padre que devora a sus hijos en horario estelar y recibe muchos likes.
El escritor Miguel Ángel Oeste sabe de esas oscuridades. Plasmó su pesadilla en su libro Vengo de ese miedo. En sus páginas aparece el fantasma del padre, ese espectro que todo lo paraliza, que vuelve metástasis todos los recuerdos. La casa paterna/materna huele a miedo: "Mi padre aún vive. Se reproduce igual que la hierba salvaje. Se hace fuerte en lo adverso. Ese es mi padre: mala hierba que crece en cualquier sitio de mi cuerpo tembloroso, apoderándose de mí”.
POR DANIEL FRANCISCO
Subdirector de Gaceta UNAM
@dfmartinez74
MAAZ