En el intercambio de acusaciones entre republicanos y demócratas respecto a los delitos que se atribuyen al principal aspirante a candidato presidencial de los rivales, hay un incómodo recordatorio.
La opción de Louisiana, en 1991: entre un corrupto y un nazi.
De creer a los republicanos, el presidente Joe Biden habría participado alegremente, como vicepresidente, en los esquemas de corrupción atribuidos a su hijo Hunter, que parecen querer elevar a niveles de crímenes de Estado.
Biden es un veterano político, que cumplirá 81 años este diciembre, fue senador por el estado de Delaware de 1973 a 2009, y vicepresidente de Estados Unidos de 2009 a 2019. Fue electo Presidente en noviembre de 2020.
Los demócratas, por su parte, señalan el creciente número de acusaciones contra el expresidente Donald Trump que, según el Departamento de Justicia, mintió sobre la legalidad de las elecciones de noviembre de 2020 y para tratar de evitar la certificación de la votación provocó el ataque contra el capitolio, el 6 de enero de 2021.
Pero más allá, es también el líder visible de una coalición de grupos conservadores y nacionalistas blancos, con tintes xenofóbicos y racistas.
Hoy, Biden y Trump, son los principales aspirantes a la candidatura presidencial de sus respectivos partidos.
La opción entre ellos, si los estadounidenses llegaran a enfrentarla, sería comparable a la que vivieron los habitantes del estado de Louisiana hace poco más de 30 años, en 1991. La alternativa parecía y era indeseable.
Era una elección a gobernador, y el candidato demócrata era Edwin Edwards, famoso por su deshonestidad.
Muerto en 2011, Edwards era una figura casi legendaria en la política estadounidense.
También fue representante (diputado) federal por Louisiana en el Congreso de Estados Unidos de 1965 a 1972 y luego gobernador de ese estado durante cuatro periodos (1972-1980, 1984-1988 y 1992-1996), el doble que cualquier otro jefe ejecutivo de Luisiana, por un total de 16 años.
Ciertamente, Edwards acabó en la cárcel en 2001, condenado a 10 años por complicidad con el crimen organizado.
Pero en el lado republicano estaba David Duke, que en los años setenta había sido líder del Ku Klux-Klan, una organización racista, y luego militó en el Partido Nazi estadounidense.
Para 1991, ya había tratado con más pena que gloria postularse a diputado o senador. Pero, tras años de lucha y haber sido aspirante presidencial de un oscuro partido derechista, logró la candidatura republicana a gobernador de Louisiana.
Para los habitantes del estado, la alternativa fue "votar por el ladrón o por el nazi". A final de cuentas, ganó el "ladrón". El miedo y la repulsa creados por la candidatura de Duke y, sobre todo, lo que se temía de él llevaron a la victoria de Edwards.
Quién sabe en qué grado pueda establecerse un paralelismo. Los republicanos están lejos de demostrar que Biden es corrupto y Trump es demasiado ególatra para seguir una ideología.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
JOSE.CARRENO@ELHERALDODEMEXICO.COM
@CARRENOJOSE1
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