LA MANIGUA

Romper los platos

“Una mujer cuya libertad no los amenace, unos compañeros que no le impongan condiciones para pertenecer, y unos antagonistas que no muestren a sus mujeres como extensiones de sus posesiones y su honra” Rita Segato

OPINIÓN

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María Cecilia Ghersi / La Manigua / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Opinar sobre la obra de una escritora amiga es tarea difícil, se mezcla la objetividad con la admiración, el cariño con las críticas y la historia de años va abriendo paréntesis vivenciales en cada página y cada palabra. Tratas de adivinar el método que usó para dar respuesta a las preguntas que nos hicimos juntas y el camino recorrido se convierte entonces en triunfo. El triunfo de la experiencia. Traté de desprenderme de mi Andrea y de las imágenes del Parque México, del nacimiento y crecimiento de nuestros hijos, de tardes infinitas haciéndole al juego y al baile en el piso de algún departamento, de meriendas masivas, de fiestas, brindis, de enérgicas discusiones sobre la vida, el trabajo, la crianza y de la salsa puertorriqueña a todo volumen cuando terminaban algunas parrandas que nos unían y acompañaban en nuestros ratos libres.  Logré leerla como artista, académica, feminista y mujer, pero me di cuenta que en todos esos años no fuimos capaces de romper la vajilla completa que veníamos cargando. Me dispuse entonces a aprender de su ensayo y de cada capítulo que conformaba un universo común en la vida y demeritada obra de todas las mujeres del mundo.

No pretendo hacer una crítica del libro, no es mi especialidad, pero quiero recuperar algunas ideas que Andrea Camarelli pone sobre la mesa como solución a tantas incógnitas que a algunas nos fueron develadas más tarde que temprano. Hubiera querido conversar con ella dos décadas atrás, desde el conocimiento, para no estar barajeando el millar de alternativas que teníamos y no lográbamos abanderar a viva voz. Éramos, además, responsablemente, lo que se esperaba de nosotras, sin faltar al horario, ni desfallecer en el intento, al menos a esas edades, todas desde diferentes orígenes, trincheras, oficios y países, actuábamos en el rol aprendido pero desconocido que a las mujeres nos había sido dado desempeñar.

Leí el libro, como si lo leyera en comunidad, algo de su lenguaje nos arropa, busqué respuestas en el almacén de fotos de todas posando cuando recién fuimos esposas, madres y trabajadoras al mismo tiempo y al observarnos celebré tener en mis manos “Los platos que no hemos roto”, su primer libro, pues en aquellos años nadie nos comunicó dónde pisábamos en medio de la gran etapa que emprendíamos ni de los miles de silencios sistemáticos que atravesaríamos. Nos imaginé a ambas caminando como antes, pero mirando los argumentos con más sobriedad que recelo y más acuerpadas para ir desvaneciendo uno a uno, el millar de conceptos y de estereotipos que cumplimos a cabalidad sin saber.

El concepto que bordea este ensayo y nos une da respuesta a nuestras más ingenuas o desesperadas preguntas, y es que creemos que asistimos a la mera idea de “ser mujer” de manera voluntaria, pero más bien somos el recurso más valioso para que el patriarcado como mandato incuestionable use y desuse a conveniencia nuestras actividades y formas de integrarnos en todos los espacios de la vida.   Es preciso leerla para descifrar cómo los mecanismos de ese mandato que no reconocemos en lo cotidiano, en lo laboral ni en lo trascendente, nos acompañan en cada uno de nuestros proyectos y decisiones. El silencio, generalmente conciliado por la lealtad familiar y los modelos de producción, la idea de belleza y de salud femenina, el trabajo de la mujer que no está categorizado ni es calculable hasta nuestros días, la institución matrimonial como logro de la feminidad, la sumisión a la maternidad y el dominio económico engloban en gran medida la propuesta de este gran ensayo feminista.  En medio de temas complejos analiza a fondo las nueve estaciones del viacrucis de la mujer cargando la cruz del patriarcado a cuestas, sus causas, razones y consecuencias, de un estado social sumamente organizado que borra a la mujer de todos los lugares a los que pertenece no solo por derecho sino porque los ha trabajado desde que nace hasta que muere.

No es casualidad que a los derechos y al reconocimiento pleno de la independencia de la mujer se le adhieran todos los muros que ella necesita derribar. No es una ocurrencia del destino que se le críe indefensa, sin conocimiento de su trabajo, sin enseñanza y sin guía. A cada una de estas etapas Andrea les pone nombre y apellido y entendemos por qué muchas veces nos sentimos absolutamente perdidas en un mundo dominado y construido para hombres. Afortunadamente no solo lo entendemos, sino que a través de una genialidad pedagógica vislumbramos la forma de combatir el sistema, llenarnos de absoluta claridad y tirar contra las paredes todos los platos pesados que nadie nos explicó cómo romper cada vez que nos negaban razones y nos comprometían la dignidad, los derechos y la vida.

Personalmente le agradezco este esfuerzo, además divertido y sentido con un profundo abrazo de mujer cómplice y amiga siempre, profesionalmente le auguro un mundo de seguidoras agradecidas por aprender a tirar los platos por doquier, hacer que suenen, rompan con todos los mandatos de la ley patriarcal y eliminen cada norma social contra ellas sin jamás esconder la mano que levanta.

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POR MARÍA CECILIA GHERSI PICÓN. 
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