La Manigua

La impostura del maltrato laboral

Impostar: Controlar el nivel y la intensidad de la voz para poder emitir un sonido uniforme sin vacilación ni temblor

La impostura del maltrato laboral
María Ghersi / La Manigua / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

Casi nada te prepara, ni nada te educa para enfrentar una situación de maltrato laboral habiendo tenido experiencias de desarrollo continuo, saludable y eficaz.  Encontrarse con violencia en el lugar de trabajo es un asunto que sorprende y paraliza cuando se ha tenido la posibilidad de laborar en espacios donde aprendes a resolver conflictos y te permiten ejecutar tus funciones entre compañeros que saben trabajar en equipo. Nadie puede edificar logros en un ambiente plagado de agresiones constantes. Como todo en temas de violencia, cada mecanismo se nutre de infinidad de fórmulas que todos creemos conocer pero que no identificamos con claridad en los hechos.  Es el truco por excelencia del que se sirve del maltrato, confundir al otro y minimizarlo al máximo, haciendo que no entienda qué pasa con la encomienda, obstaculizando toda meta por cumplir. 

Este sistema es una forma de abuso de poder cuya finalidad es excluir, aislar o someter al otro. Se manifiesta como agresión física o verbal, acoso sexual, hostigamiento laboral o violencia psicológica. En general, la persona que sufre de violencia laboral, opta en primera instancia por la impostura y en ese tono plano, va tratando de resguardar lo que le ha sido encomendado. El futuro entonces le será inevitablemente negro, no encontrará manera de cruzar puentes, porque ninguno va en dirección de su desempeño y el maltrato tiende a recrudecerse a medida que pasa el tiempo si no es denunciado o no pasa por los órganos de control adecuados. 

Un problema no menos grave es al que se enfrentan las mujeres que optan por cargos directivos en México. No solo se trata de poder entrar al sistema, sino mantenerse en él y crecer con la seguridad de poder participar en igualdad de condiciones. Si las mujeres participaran en el mercado laboral a sabiendas que serán evaluadas por sus capacidades reales,   el ingreso de las corporaciones aumentaría en casi un 20% según datos del Banco Mundial. 

Quienes lo han padecido alguna vez, han pasado del síndrome de la impostora, que les hace ver en un espejo en su mínima expresión intelectual y operativa, a la participación en una guerra perdida que no pueden identificar.  Se debaten entre emplear el tiempo ejerciendo sus capacidades o gastándolo en identificar situaciones que desconoce. Este dilema es consecuencia directa de la impunidad y de la aceptación generalizada de este tipo de conductas y un nivel muy bajo de respuesta a la indignación que padecen quienes se sienten afectadas. 

Nada te previene, pero hay datos que quizás puedan acercarnos a este complejo panorama y entenderlo no solo como una práctica heredada y especializada, sino como una a la que hay que abolir con todas las fuerzas. Hoy parece lógico que esto suceda en ambientes laborales tradicionales dirigidos únicamente por hombres, pero debe dejar de serlo.

Infinidad de empresas y organizaciones se encuentran en una encriucijada enorme porque el estancamiento que sufren en cuanto a  perspectiva de género, les empuja a no identificar la baja calidad en los procesos de selección y a una nula planeación de objetivos porque son justamente los que ocultan. Los desafíos del presente solo les remiten a dejar ocupar sillas para cumplir con una cuota que será demolida inmediatamente por la cultura patriarcal que aún practican. 

Según el INEGI, el 73% de las mujeres no conoce la existencia de algún protocolo para enfrentar la discriminacion en su lugar de trabajo y las pocas que solicitan apoyo no reciben respuesta de sus superiores  o colegas. Ignora sistemáticamente las quejas es hoy el arma que les pega el  famoso “tiro en el pie”.  Entendiendo lo rotundas de las demandas de las mujeres en todos los espacios, se tendrán más herramientas para no colapsar ante situaciones como estas. Minimizarlo, es impostar y retrasar el desarrollo en lugares que deberían ser tan grandes por dentro como pretenden serlo por fuera. 

POR MARÍA CECILIA GHERSI PICÓN. 
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