COLUMNA INVITADA

A un siglo del natalicio de Ricardo Garibay

OPINIÓN

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Luis Ignacio Sáinz / Columna invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

El 18 de enero se cumplieron cien años del natalicio de Ricardo Garibay (Tulancingo, 1923 – Cuernavaca, 1999). Escritor extraordinario de personalidad volcánica, alejado de las capillas y las élites literarias y quizá por ello silenciado pese a la vastedad significativa de su obra, que supera los 60 títulos en los más diversos géneros literarios. En 1971 publicó una novela corta titulada La casa que arde de noche, de profundos e inquietantes ecos faulknerianos (en particular provenientes de As I Lay Dying, 1930), que fuese considerado el libro más importante traducido al francés en 1975.

Ofrece en esta pieza un homenaje a los deseos y sus negaciones, los silencios y las obsesiones, en el eterno torbellino del tiempo y la memoria. Lo hace en un escenario minimalista, asfixiante, el del desierto norteño en su linde con Estados Unidos, atendiendo la perversa lógica de la convivencia fronteriza en la geografía erótica no exenta de violencia de un lupanar bautizado El Charco. Sitio de comunión de los cuerpos justo a la mitad entre el río Bravo y El Chapúl.

Será un huérfano de insólita belleza, Eleazar, quien funja de eje y metrónomo de los avatares promiscuos del deseo y la memoria, sumo sacerdote de los acontecimientos en templo tan singular hasta en su dilatada ausencia. Lo acompañarán tres mujeres-tiempo, todas sus amantes: Esperia, la propietaria original del local que morirá por la pudrición de sus miasmas, extraviada en el pasado ilusorio; desbancada por su pupila La Alazana que se prodiga viajes tranquilizadores gracias a que se pica de heroína, anclada en un presente que no termina por parirse bien; y Sara, su amiga de la infancia, que se le entrega haciendo de su amor y apetito una red que tardará 10 años pero que en el desenlace atrapará a su presa, víctima y devota de un futuro entendido como esperanza permanente, expiando y redimiéndose ambos en una gimnasia evocativa.

El vicio y sus dolores serán derrotado sólo por la muerte de la vapuleada lenona, cuando al acudir todas las meretrices a su sepelio, a excepción de la administradora en turno, La Alazana, a quien Eleazar compra el prostíbulo y la enlista en su propio éxodo, prohíjan lo que creen es el cierre temporal por las exequias. Empero, ese vector del placer al final limpia la costra de desdichas del palacio de las tentaciones cumplidas con el fuego liberador, arrasando el establecimiento para fundar otro en la reconstrucción del amor compartido con Sara.

Quienes no conozcan esta joya de nuestra literatura, ojalá se animen a hincarle el diente de la lectura dándole uno que otro mordisco feroz.

POR LUIS IGNACIO SÁINZ
COLABORADOR
SAINZCHAVEZL@GMAIL.COM

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