PASIÓN POR CORRER

Fin de un camino; comienzo de otro

Salen de Santiago de Compostela, y regresan a sus países de origen sintiéndose renovados, y con el mejor regalo que les puede dar el camino: la esperanza de un cambio

OPINIÓN

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Rossana Ayala / Pasión por Correr / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Dicen algunos peregrinos, cuando van casi arrastrando los pies en los últimos kilómetros de su ruta, que el camino termina en Santiago, pero otros caminantes al llegar a la ciudad de Compostela y vislumbrar las altas torres de su catedral barroca, aseguran que al salir de ese lugar —que es centro y destino— entienden de pronto que ahí mismo ha comenzado un nuevo camino, uno más personal y simbólico, pero igual de azaroso y profundo.

Y es que según lo que cada quien haya venido a buscar o lo que haya encontrado, incluso, sin buscarlo, el Camino de Santiago termina siendo para todos los que lo recorren una experiencia única e inolvidable. Algunos encuentran paz, otros alivio, algunos más se llevan la satisfacción de un reto cumplido, y los hay también los que vienen a dejar en el recorrido, piedras, culpas, penitencias y problemas. Pero todos, sin duda, tras pisar las calles de Santiago de Compostela y entrar hasta el sepulcro en donde, según la tradición, descansan los restos del apóstol Santiago, salen de ahí  y regresan a sus países de origen sintiéndose renovados y con el mejor regalo que les puede dar el camino: la esperanza de un cambio.

Alguna vez escribí en este espacio que correr un maratón es una experiencia que transforma, pero ahora en el Camino de Santiago donde cada día era para mi como correr los 42.195 kilómetros, aprendí a ver de manera distinta las distancias, a respetar cada kilómetro, a que el tiempo es el ahora, y a escuchar no sólo lo que el cuerpo o la mente te va diciendo, que el alma también te habla y caminar te enseña a escucharla para entender que tenemos más límites de los que pensábamos, por un lado, pero también que somos más fuertes de lo que creemos.

Y es que caminar durante las primeras horas del día por los paisajes gallegos, que son de una belleza extraordinaria, inmersos en la  naturaleza y en un ambiente impregnado de la herencia céltica, te hace sentir que la vida es como un oasis, pero apenas llega el mediodía, cuando el sol del verano cae a plomo, las  distancias se hacen más pesadas y parecen interminables en los caminos de asfalto; entonces entiendes que a veces la misma vida también es un desierto, y que en la vida hay que recibir igual los buenos momentos que los malos tiempos.

El Camino de Santiago no es fácil, pero cuando lo recorres, lo disfrutas y superas cada etapa, sientes la necesidad de dar gracias a Dios, a la vida, al destino o en quien tu creas por el hecho de estar vivo. Después de leer muchos de los  mensajes escritos, ya sea en papel o las rocas, y que van dejando algunos peregrinos por el camino, me atrevería a resumirlos en esta idea: Hemos nacido para superar cualquier error, para sobrevivir y mantenernos a flote ante cualquier circunstancia; que los momentos difíciles no son accidentes en la vida, si no la regla y que debemos enfrentarlos y tomarlos con la misma voluntad con la que enfrentamos las buenas experiencias, pero sí, manteniéndonos siempre a flote con la fe y confianza en nuestra fuerza, para de esa manera siempre poder afrontarlos y pasarlos con la mayor dignidad y fortaleza.

POR ROSSANA AYALA
AYALA.ROSS@GMAIL.COM
@AYALAROSS1

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