La solidez de los Estados modernos se basa fundamentalmente en la fuerza y fortaleza de la instituciones. Los regímenes democráticos se sostienen bajo el principio según el cual su andamiaje institucional es capaz de soportar ataques provenientes tanto del exterior como del interior.
La democracia norteamericana ha conseguido resistir frente a la peor amenaza a la estabilidad de su equilibrio de poderes: el populismo de Trump, que estuvo a punto de hacer añicos las reglas del juego político y con ello socavar el funcionamiento de un sistema que parecía imposible de dañar.
Ni siquiera el terror al comunismo y la posible invasión soviética han hecho tanto daño a las instituciones democráticas como el populismo autoritario que pretende crear eso que hoy se llama “democracia iliberal”, y que en el fondo no es más que una adecuación del autoritarismo y el poder unipersonal a las condiciones políticas del siglo XXI.
En nuestro país, cuando en un intento por concentrar poder, el caudillo debilita a las instituciones con el objetivo de hacer desaparecer la rendición de cuentas y el equilibrio de poderes, lo que logra es que la efectividad de esos órganos de gobierno vaya disminuyendo paulatinamente y, mientras el líder acumula fuerza y capacidad de mando – fundamentalmente destructivo – el Estado va perdiendo sus espacios para que estos sean ocupados por grupos de todo tipo, fundamentalmente ilegales y por supuesto ilegítimos.
Así es como la delincuencia organizada se ha ido apoderando de México, y los hackers tienen acceso a la información destinada a proteger la seguridad nacional, y uno que otro secreto presidencial que en este caso pasa a un segundo pleno ante el desmoronamiento de instituciones que carecen de los más mínimos recursos para operar.
Es esta destrucción institucional llevada a cabo durante los últimos cuatro años, lo que ha ocasionado el aumento significativo de la vulnerabilidad del Estado mexicano en su conjunto. Desde el propio funcionamiento de los aparatos de seguridad, hasta el sistema de salud, la educación, pasando prácticamente por todas y cada una de las instituciones sobre las que se construyó la democracia mexicana – entiéndase el INE- e incluso aquellas otras que con deficiencias funcionaban y que hoy están prácticamente paralizadas.
Es imposible hacer compatible el intento de reconstruir un estado autoritario basado en la voluntad de un solo hombre, con la viabilidad de un país moderno, democrático, poseedor de recursos y habilidades para ofrecer a sus ciudadanos la posibilidad de una vida mejor. Sencillamente no se puede.
POR EZRA SHABOT
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