Repetir hasta el cansancio que Blonde no es una biopic, no la hace menos misógina. La nueva cinta, protagonizada por Ana de Armas y dirigida por Andrew Dominik, es una “versión libre” de la novela de Joyce Carol Oates, que ya en su tiempo fue señalada por “explotar la tragedia y la fama” de Marilyn Monroe como una ficción. Una persona convertida en leyenda, que no ha parado de ser manipulada desde su muerte, hace ya 60 años.
Si Oates ya ofrecía una burda narrativa, Dominik la reduce a sus propias obsesiones al exponerla como un objeto sexual, a voluntad de los hombres.
La protagonista de Dominik no tiene un rastro de talento artístico o creativo que dignifique al personaje, a la verdadera Marilyn. No muestra cómo tomó el control de su carrera al crear su propia productora o cómo desafió el status quo de la época.
Marilyn ha vivido con el estigma de ser una fantasía y esta película sólo abona a perpetuar el mito de la femme fatale, de la rubia tonta, que fue víctima de un sinfín de ultrajes, vejaciones y que no hace más que exacerbarlos con imágenes grotescas e innecesarias en las que, en muchos casos, no existe registro histórico de que hayan sucedido realmente o, por lo menos, no como los relatan.
El personaje de Blonde es el de una mujer que luchó durante 36 años con tragedias familiares, lidió con el abandono y que buscó, en cada hombre, una figura paterna, sufrió el abuso materno, orfanatos, episodios de pobreza, papeles detestables, insultos sobre su inteligencia, se enfrentó a la enfermedad mental, abuso de sustancias y agresiones sexuales. Dominik optó por poner el reflector en el morbo, más allá de su lucha; en darle luz a su fisonomía, por encima de su voz.
“Tener tacto no me interesa”, dijo el director, quien explota la imagen de alguien que padeció la misoginia, el machismo y, que, sin duda, merecía que su historia se contara de mejor manera. Norma Jeane Mortenson (su verdadero nombre) no debía continuar siendo víctima de una industria que utiliza a las mujeres como moneda de cambio.
PAL