LA NUEVA ANORMALIDAD

Algo en el aire

El título de esta columna –no es mío: lo tomé de la preclara decisión de The Strokes de titular así (The New Abnormal) su álbum lanzado en pleno primer pico de la pandemia

OPINIÓN

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Nicolás Alvarado / La nueva anormalidad / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El título de esta columna –no es mío: lo tomé de la preclara decisión de The Strokes de titular así (The New Abnormal) su álbum lanzado en pleno primer pico de la pandemia– ha terminado por hacérseme realidad. Es decir que, pasada mi segunda dosis de la vacuna contra Covid19, comencé de manera gradual a hacer una vida que cabe a un tiempo calificar de “normal” –cualquier cosa que signifique esa palabra– y entender como teñida por la “anormalidad”, es decir no sólo por la excepcionalidad de la circunstancia sanitaria sino por los hábitos que ésta ha venido a cambiar, a saber si de manera definitiva o transitoria, a saber si sólo para mí o para todos.

Desde que tengo el esquema completo, me permito acudir a restaurantes, de preferencia al aire libre, o cuando menos con ventilación cruzada… pero ya alguna vez me ha acontecido tener que atender al talante friolento de un compañero de mesa y acceder a ocupar una en un salón sin ventanas. La anécdota hace de mí no un buen ciudadano (uno que observaría a pie juntillas las recomendaciones de la OMS), no uno malo (uno de los llamados covidiotas), sino uno del montón, que calcula y corre riesgos hasta donde factores no sanitarios –laborales, familliares, sociales– se lo exigen, que se pregunta de manera activa cuál ha de ser su estilo de vida mientras dure una pandemia que va para largo, y cuál una vez que ésta haya terminado… si termina algún día.

Antes usuario frecuente del transporte público, dejé de abordarlo hace dos marzos por miedo al contagio. Quienes todavía lo utilizan, sin embargo, me cuentan que, aunque el cubrebocas no es obligatorio (hubris del gobierno), todo mundo lo lleva (triunfo de la ciudadanía). Ante ello, ¿tengo una razón válida para seguir evitándolo?

Voy por calle –las más de las veces a pie, en ocasiones en Uber– con la mascarillla bien puesta, aun si tal situación resulta mucho menos riesgosa (para mí y para los demás) que retirármela en el restaurante al que me dirijo, y en el que he de compartir mesa con alguien de quien seguramente me separará menos de metro y medio.

He tomado un par de vuelos de una hora en los que no he consumido ni agua para no exponerme; ¿seré igual de riguroso cuando tenga que hacer un viaje trasatlántico (que muy posiblemente tenga lugar el año próximo, por razones de trabajo)?

Mi mujer y yo hemos conversado ya de la posibilidad de ir al cine –la nueva película de James Bond es demasiada tentación– otra vez con el cubrebocas bien puesto. ¿Por qué no entonces a un concierto en el Auditorio Nacional, donde –me cuenta mi amigo que ahí trabaja– el público ha exhibido una conducta impecable al respecto desde que reabrió?

“Otros tiempos, otras mores”, reza el proverbio. La pregunta es qué pasa con las mores cuando hace rato que parece detenido el tiempo.

POR NICOLÁS ALVARADO
COLABORADOR
@NICOLASALVARADOLECTOR

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