ASÍ LO VEO YO

Un intercambio con mensaje moral

A 10 años de la liberación del soldado israelí Gilad Shalit de manos de Hamas

OPINIÓN

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Jana Beris / Así lo veo yo / Opinión El Heraldo de México

Hace pocos días se cumplieron 10 años de la liberación del soldado israelí Gilad Shalit, que había sido secuestrado de su territorio por terroristas de Hamas que cavaron un túnel desde Gaza. Estuvo en sus manos cinco años y más de cuatro meses.
Volvió a los brazos de su familia y el pueblo de Israel celebró como si cada uno estuviera viendo a su propio hijo volviendo a respirar. Recordamos las escenas de las multitudes cubriendo los caminos conducentes a su casa en Mitzpe Hila en el norte de Israel y la felicidad que todo eso irradiaba, tan grande como la angustia que se había vivido con su secuestro.
Se celebró la libertad y la vida.

Lo duro, en medio de la emoción, es el hecho que la liberación fue posible porque finalmente Israel aceptó excarcelar a mil 27 terroristas presos, varios cientos de ellos asesinos responsables de la muerte de 568 israelíes.

Todos estaban en la cárcel por haber participado en terrorismo, no por pensar de tal o cual forma.

La decisión de liberar a todos esos terroristas para salvar a Guilad Shalit no puede ser analizada sin ver sus distintas aristas.

El compromiso de garantizar que todo soldado vuelva a casa, de no dejar “heridos” en el campo de batalla, es un valor supremo y moral de Tzahal. Guilad fue secuestrado mientras se hallaba dentro de territorio israelí, en el puesto de Kerem Shalom, aledaño a la frontera con la Franja de Gaza. Los terroristas entraron a Israel por un túnel cavado desde Gaza, mataron a dos soldados y se llevaron a Guilad a Gaza. No estaba de paseo, sino que se hallaba en la frontera como soldado reclutado por ley por las Fuerzas de Defensa de Israel.

El compromiso moral para con él y con cualquier otro soldado es más que evidente.

El dilema moral de fondo, sin embargo, no es pequeño ya que para tenerlo de nuevo en casa se tuvo que excarcelar a terroristas asesinos, algunos de los cuales volvieron a perpetrar atentados que cobraron víctimas mortales.

El más simbólico es el jefe máximo de Hamas en Gaza Yehia Sinwar, que aquel 17 de octubre de 2011 fue uno de los liberados. Su hermano Muhamad había sido uno de los secuestradores.

A ello se agrega el precio político, el hecho que ese intercambio fortaleció a Hamas, lo presentó como quien consigue lo que los palestinos exigen-recuperar a sus presos- y por supuesto mientras la Autoridad Palestina no lo logra.

El alto precio pagado, Shalit por mil 27 terroristas, muestra la abismal diferencia entre el valor que Israel da a la vida y el que dan los terroristas. Podemos vanagloriarnos de ello, sí. Pero esa diferencia es también un problema, ya que se sentó un precedente. Y el que los terroristas hayan logrado todo eso, no puede menos que alentarlos a volver a secuestrar para liberar más presos.
Nuevamente sentimos la necesidad de recordar que los presos eran terroristas, no prisioneros de conciencia.

En estos momentos Hamas también tiene presos en sus manos: los cuerpos de dos soldados israelíes muertos en la guerra en Gaza en el 2014 por disparos de Hamas —uno de ellos durante un alto el fuego humanitario pedido por la ONU, que Israel aceptó y Hamas violó— y a dos civiles que no están en su sano juicio y cruzaron por su voluntad  a Gaza, sin entender al parecer el riesgo que corrían.

Hasta ahora han resultado infructuosos los esfuerzos por recuperarlos. No podemos asegurar qué se ofreció a cambio de ellos. Sí estamos seguros que Hamas quiere exprimir al máximo a Israel.

Cuesta concebir hoy que se repita el precedente de Guilad Shalit. Lo preocupante es la convicción de Hamas que le vale la pena secuestrar a otros israelíes para conseguir su propósito.

Furia, alerta máxima y entereza moral. Todo se combina cuando Israel tiene que lidiar con Hamas.

El gran consuelo es que Guilad Shalit volvió sano y salvo a Israel, estudió, contrajo matrimonio y recuperó la normalidad.

Seguramente no ha olvidado nada de los cinco años y cuatro meses en manos de Hamas. Se aferró a la vida. Hasta los 120, con salud.

Y nosotros, todos, a seguir con los ojos bien abiertos, siempre, mientras tengamos terroristas de vecinos.

POR JANA BERIS
PERIODISTA

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