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Del Eliseo a Ezequiel Montes

La escena fue inolvidable, la conversación sobre porcelana de Sevres y mis aportaciones de talavera

OPINIÓN

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No tenía zapatos para ese vestido y en mi lógica femenina, necesitaba los más bonitos. Tenía exactamente 40 minutos para comprar unos y llegar en punto de las siete al Palacio del Eliseo; era yo una de las 100 invitadas y era la celebración de la cocina el motivo de la reunión. Me entró pánico, y no obstante caminaba por los aparadores de todas las zapaterías que me hacen feliz, me bloqueé. Espabílate Valentina, se está haciendo tarde; y elegí unos zapatos color jacaranda con un ala de mariposa que les rodeaba el tobillo. No me los pongo mucho, confieso, porque me siguen pareciendo excesivos, pero me dieron alas y se sintió rico.

El taxi me preguntó dos veces si de verdad iba al número 55 de Faubourg Saint-Honoré. Que sí, le dije mientras recorríamos aquella ciudad que se ha hermanado y roto con la nuestra durante cientos de años y, así, una mexicana sola, emperifollada y con calzado de lepidóptero fue depositada en la entrada minutos antes de la cita. Madame Ortiz Monasterio ponía el boleto, y yo, soñada.

Esa, que un día fue casa de la duquesa y marquesa de Pompadour, amante de la cultura y también de Luis XV, me recibió amable. Pasaba filtros de seguridad y pensaba en la grandeza que hay en la tradición de recibir y en el arte de agasajar. Sonreía recordando la elegancia de un mole de esos servidos para decenas en mis cazuelas de barro y en si los franceses entenderían lo que nos hace sentir. Esa noche comenzó lo que hoy titulo necedad, búsqueda incesante y obsesión por lo que contiene una copa de vino, y el objeto que lo recoge. Un coctel en una habitación en tonos rosados precedió la recepción y mi mal francés y mi poca vergüenza -y el factor zapato alado-, no me impidieron departir. La escena es inolvidable, la conversación sobre porcelana de Sevres y mis aportaciones de talavera, y de repente, mi cara iluminada cuando llegó aquella charola de plata con una botella de champagne Pol Roger y una copa de cristal del color de mis zapatos. Baccarat, fuera de serie.

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No es lo mismo beber así, no se siente igual. Muchos años después y a la usanza china de “siembra un árbol y escribe un libro”, quise hacer una copa y un vino. El espumoso ya anda por ahí rondando, no francés, pero sí orgullosamente de Ezequiel Montes y buenísimo. Competirle al cristal francés y copiarle a Madame Pompadour que creó una copa con la forma de su seno, no es una opción. Ya veremos más adelante, con los años, uno se vuelve mañoso.

POR VALENTINA ORTIZ MONASTERIO
gastrolab@elheraldodemexico.com
@valentina-ortiz