Muchos reclamos se han hecho a las fuerzas políticas de Oposición por no haber cuajado una alianza para alternar un sistema de gobierno que se ha enquistado desde que el PRI es PRI en el Estado de México, y aún antes.
Que si Juan Zepeda, el (in)fiel de la balanza se hubiera aliado a Morena, partido con el que de forma natural podría haberse unido por su ideología de izquierda, habrían sacado al PRI del Gobierno.
Que si se hubiera juntado al PAN tras la presunta oferta de dejarle gobernar el Estado a la izquierda a cambio del presunto apoyo a la derecha en una alianza presidencial al 2018, también.
Que si se hubiera detectado el fraude antes, o el acarreo o la compra o la coacción o lo que comprobara que esto debió tomar otro rumbo.
Eso, desgraciadamente, no está en manos de la mayoría. Para que las izquierdas se unan hace falta generosidad, como la que tuvo Heberto Castillo en 1988 para ceder el registro y aglutinar una gran, gran alianza. Generosidad que no parece haber hoy en los protagonistas de nuestra izquierda.
Cazar mapaches tampoco está en nuestro control: para ello hay autoridades.
La buena noticia es que sí hay cosas en tus manos, en las mías.
Hay que exhibir a aquellos que no actúan, en flagrancia, contra un delito electoral; a aquellos que pasan al archivo muerto una denuncia por una conducta irregular en tiempos de elecciones.
Hay que aceptar el cargo de presidente de casilla (o miembro de ésta en cualquier función) cuando somos insaculados por el INE. Hay que involucrarnos en la vida política desde la trinchera ciudadana.
Los cabildos de los 125 municipios son abiertos. Los ayuntamientos están obligados a sesionar, a avisar del día de reunión y a permitir, en la medida de las condiciones del espacio físico, el acceso a las discusiones del cuerpo de ediles.
La presentación de iniciativas de ley es una cualidad que también tienen los ciudadanos. Cualquier grupo de gente podría llevar, por ejemplo, al Congreso del Estado de México una petición para que se tome en cuenta la postura –porque en muchos casos, eso es, una postura– de aquellos que anulan su voto.
No es posible que en un estado moderno, en un estado democrático, la diferencia de votos entre el primero y segundo lugares de una elección sea menor a la cantidad de votos nulos.
Alfredo Del Mazo Maza tiene, según el resultado preliminar, un millón 955 mil 347 votos; Delfina Gómez tiene un millón 786 mil 962. La diferencia es de 168 mil 385 sufragios, mientras que los votos nulos fueron 176 mil 168 votos. Eso representa el 3 por ciento de la votación total emitida.
¿Por qué no darle peso, valor y validez ante la autoridad electoral a la postura de “ninguno me convence ni representa”? ¿Por qué no mandarlos a votar de nuevo, en una segunda vuelta, con menos tiempo y muuucho menos recursos para convencer a los no convencidos, hasta que la diferencia entre primero y segundo no sea menor que los nulos?
Groso modo, el ganador tendrá el 18 por ciento de los votantes posibles del Estado y gobernará con el apoyo del 13 por ciento de los habitantes de la entidad.
Y eso sí que está en nuestras manos, por lo menos, exhibirlo, denunciarlo y promover un cambio. Comprometernos con darle validez al voto nulo, a la segunda vuelta y al respeto al voto en general, es una alianza constructiva.
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