Los problemas que agobian desde hace años a la Liga Mexicana de Beisbol (LMB) se han recrudecido de tal manera que, por lo menos en la parte deportiva, se tomó la drástica decisión de jugar, a partir de 2018, dos campeonatos de 66 partidos cada uno al año, en lugar de 100 de temporada regular, más los juegos de playoffs. He leído y escuchado voces a favor, pero muchas más en contra, motivadas, porque el calendario se encimará con el de la Liga Mexicana del Pacífico (LMP), que se juega a partir de octubre.
No voy a descalificar, de entrada, esta decisión. Supongo que los directivos la votaron –y aprobaron de forma unánime- después de hacer cálculos precisos de que la medida tendrá resultados tan positivos que valen la pena y son costeables los ajustes que deben hacer por jugar nueve meses, en lugar de cinco e, incluso, enfrentarán la batalla con la LMP cuyos ocho equipos se alimentan –muchas veces de forma abusiva- con peloteros que desarrolla la LMB.
Después de la asamblea que se realizó en Campeche el viernes 16, la LMB anunció el cambio. Los detalles los darán a conocer después. Hay tiempo, entonces, para la especulación, las críticas, las descalificaciones o hasta los halagos de quienes creen que la medida sí ayudará a mejorar las raquíticas entradas en los estadios. También hará competitivos a equipos como Tabasco, que sobrevive de milagro –y gracias al presupuesto estatal–, que mejorarán los ratings y que, en resumen el beisbol se convertirá en negocio.
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Tenemos años escuchando a los dueños de los equipos quejarse de que el beisbol en México no es negocio, por el contrario, produce pérdidas millonarias. Con la entrada de una nueva generación de dueños a la LMB, como Alberto Uribe, de Tijuana; y Gerardo Benavides, de Puebla, aprendimos que, según ellos, sí puede ser negocio y pueden dejar de pedirle dinero a los gobiernos estatales; que con una reingeniería financiera y un proyecto de marketing se puede hacer dinero como empresario beisbolero.
Lo que tenemos ahora en el LMB es un pleito encarnizado –y por discutirse otra vez en 2018-: si la contratación de peloteros mexicoamericanos es libre o con restricciones; multipropiedad de equipos con Alfredo Harp (Diablos Rojos y Oaxaca), los hermanos Arellano (Yucatán y Laguna), Gerardo Benavides (Puebla y Monclova); clubes que ya no existirían si no fuera por los recursos públicos de los estados (Tabasco, Campeche, Durango, Tigres); equipos nuevos como Bravos de León que, a pesar de tener un patrocinio tan sólido como la empresa Potosinos Express, recibieron un ultimátum de la LMB para que paguen la franquicia que adquirieron.
Está claro que los problemas son muy profundos, y que, además, esta división entre dueños “viejos” y dueños “nuevos” en la que estos últimos son mayoría abre la puerta a cambios arriesgados que jamás habríamos imaginado.