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A alfabetizar el TLC

OPINIÓN

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Tarde o temprano la desigualdad educativa saltará en las renegociaciones del Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN), como brincó al mediodía del pasado jueves, cuando una empresaria cuestionó al secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, en la conferencia “México y América del Norte: una potencia global”, organizada por la American Society. Videgaray había dicho durante su ponencia que México “está listo” para enfrentar uno de los momentos más candentes de la relación bilateral, cuando la mujer tomó la palabra y cuestionó: ¿Y la educación, señor ministro? El secretario respondió, casi al momento, con la misma retórica que en 1994 sirvió para excluir el tema de las conversaciones: “Estamos trabajando en ello”. La ligereza de la respuesta dejó sobre la mesa una laguna de dudas, justo cuando el desarrollo tecnológico, innovador y empresarial exigen niveles más especializados de conocimiento que hace 23 años, cuando la revolución de las comunicaciones era sólo un embrión. ¿Qué vamos a hacer con la robotización del trabajo?, cuestionó Blanca Treviño, consejera delegada de la empresa Softtek. Sabemos que en el futuro habrá menos empleos y lograr hacerse de uno de ellos requerirá educación, así para el trabajador que esté en Detroit o en San Luis Potosí. De modo que si el socio menos favorecido no se prepara, no tiene muchas cartas que jugar a largo plazo con su lugar 34 en el rendimiento de lectura, ciencias y matemáticas entre los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) frente al sitio 27 de Estados Unidos y el séptimo de Canadá. Un análisis del Banco Nacional de Comercio Exterior (Bancomext) reconoce que actualmente México tiene menos posibilidades de contar con académicos de alto nivel y retenerlos así como una “preocupante” pobreza en la infraestructura, equipamiento y nivel de inglés para competir. Todo relacionado a un asunto de presupuesto — nosotros formamos a un profesionista con la quinta parte del costo de lo que forman los socios del norte— así como la falta de calidad en un modelo de educación básica que dependió justo desde que arrancó el TLCAN de un sindicato corrupto que aún se resiste a la educación bilingüe. Por otro lado, la autonomía universitaria ha dejado en manos de reducidos cotos de poder la elaboración de los planes de estudio, permanencia de los profesores y los desarrollos científicos y tecnológicos sin contrapesos sociales, mientras que en Estados Unidos y Canadá la participación de empresas y profesionistas externos son la columna vertebral. En ambos países, cada 10 años las instituciones educativas deben de demostrar a un colegiado integrado por gremios de profesionistas externos de alto perfil que sus metas, estructuras, y recursos son los adecuados para los tiempos. Tal vez vale la pena recordar a los próximos renegociadores del TLCAN que antes de tomar las maletas deben preguntarse qué país quieren ser frente a sus socios: el de las coyunturas o un visionario que a futuro no responda con un simple “estamos trabajando”. Columna anterior: ¿Qué hacer con los Trumps mexicanos?