En la película Deadline U.S.A. (Richard Brooks, 1952), Humphrey Bogart personifica a Ed Hutcheson, un periodista de la vieja guardia que edita el periódico The Day.
A las vicisitudes de su cruzada diaria en pos de la verdad, Hutcheson suma el conflicto de disuadir a Margaret Garrison, la viuda del fundador del diario, de no venderlo a un competidor cuyo único interés es cesar la operación del mismo.
El antagonista de Hutcheson es Thomas Rienzi, un mafioso de quien se cree asesinó a una mujer. Las sospechas que recaen sobre Rienzi son muchas, pero no hay certezas en ningún caso.
Esperanzado en demostrar su culpabilidad en aras de mantener al periódico en funciones, Hutcheson asigna a un grupo de reporteros a investigar al criminal.
Así descubren que la mujer, Bessie Schmidt, era amante de Rienzi y que el hermano de aquella, Herman, estaba involucrado en negocios sucios con el capo. Hutcheson ofrece a Herman contar su historia en el diario y éste acepta. Rienzi envía entonces a sus hombres a asesinarlo. Con sus dos hijos muertos, la madre de Bessie y Herman se presenta en la oficina de Hutcheson con el diario de su hija: en él hay pruebas suficientes para condenar a Rienzi.
Hacia el final de la cinta, Hutcheson recibe una llamada de Rienzi, quien lo amenaza.
Hutcheson, por toda réplica, toma la bocina del teléfono y la acerca a las rotativas del periódico.
“¿Escuchas eso?” –le pregunta–. “¡Es la prensa, baby! ¡La prensa! Y no hay nada que puedas hacer al respecto, ¡nada!”
La cinta, que en español se tituló El cuarto poder, es inconseguible en video o DVD, y acaso sólo una noche improbable la programe algún canal de cable especializado en clásicos. Bob Greene, un periodista que trabajó 24 años para el Chicago Tribune, alguna vez la describió como “la mejor película jamás filmada en torno al periodismo”, por encima de The Citizen Kane y All the President’s Men.
Se puede coincidir o no con la opinión de Greene, pero las líneas del libreto de Deadline U.S.A. representan un decálogo del periodismo moderno.
“Un periodista hace de sí mismo el héroe de la historia. Un reportero es sólo un testigo”.
“Una prensa libre, al igual que una vida libre, siempre está en peligro”.
“Ya no es suficiente con sólo darles noticias. Quieren tiras cómicas, concursos, crucigramas.
Quieren saber cómo hornear un pastel, ganar amigos, influir en el futuro. Luego entonces quieren horóscopos, tips sobre las carreras de caballos, que interpretemos sus sueños de modo que puedan acertar a los números de la lotería. Y si accidentalmente tropiezan alguna vez con la primera plana… ¡noticias!”
“Una profesión es una representación del bien público. Es por ello que el trabajo en un periódico es una profesión”.
“En relación a esta insuficiencia de ser reportero, nunca cambies de opinión. Quizá no es la profesión más antigua, pero es la mejor”.
“Este periódico luchará por el progreso y la transformación. Nunca estaremos satisfechos de imprimir solamente noticias. Nunca tendremos miedo de criticar fuerte, sea a la riqueza predadora o a la pobreza predadora”.
Alice Garrison: –¿Qué te hizo cambiar de opinión?
Margaret Garrison: –¿Has visto el periódico hoy? ¿Ayer? Fue la lealtad la que me hizo cambiar de opinión. Un principio que, evidentemente, está ausente en la actual generación.
Alice: –No tienes el dinero para comprar de nuevo el periódico.
Margaret: –Lo conseguiré.
Alice: –Estás loca.
Margaret: –No, sólo avergonzada. Por mí, por ti, por tu padre. No voy a permitir que el periódico muera. Y si eso me hace loca, entonces estoy loca, pero estoy bien.
El asesinato del periodista mexicano Javier Valdez me hizo recordar el motivo por el cual decidí ser periodista. No es otro más que la película All the President’s Men (Alan J. Pakula, 1976), una recreación del affaire Watergate que llevó a Hollywood la cruzada que emprendieron Carl Bernstein y Bob Woodward, reporteros de The Washington Post en los primeros años de la década de 1970, alimentados por esa mítica fuente anónima llamada Deep Throat, bajo cuya máscara se escondía Mark Felt, el director adjunto del F.B.I. en tiempos de Richard Nixon.
Javier Valdez también vio esa cinta. Y acaso como yo, como tú, como toda una generación, se imaginó Woodward-Redford o Bernstein-Hoffmann y quiso, en un momento primigenio, en un instante íntimo, hacer de sí mismo el héroe de la historia. Es sólo que, de inmediato, se arrepintió.
Decidió entonces ser sólo un testigo. Y en ello le fue la vida.
Ignoro si Javier miró alguna vez la película Deadline U.S.A., pero, si lo hizo, estoy seguro que fue la figura de Bogart-Hutcheson la que inspiró sus afanes. Y si no la vio, Javier fue entonces la encarnación de Ed Hutcheson: el periodista romántico que tomó partido, el reportero clásico e incorruptible, el hombre que emprendió una cruzada, que no vendió sus principios, a riesgo de morir por ser leal a los mismos.
En mi memoria, veo a Humphrey Bogart acercando la bocina de un teléfono a las rotativas de un periódico.
En mi imaginación, escucho a Javier Valdez decir a sus asesinos: “¿Escuchas eso? ¡Es la prensa, baby! ¡La prensa! Y no hay nada que puedas hacer al respecto, ¡nada!”
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