La narrativa alrededor de la presidencia de Donald Trump es cada vez más negativa. Por un lado, la prensa "tradicional" refleja cada vez más una Casa Blanca en desorden, como reflejo del amateurismo político de un presidente más acostumbrado a dar órdenes que a formular políticas.
Paralelamente, los reportes sobre el desconcierto cuando no el descontento de funcionarios del gobierno y sectores politicos ligados al partido republicano crecen en proporción directa a las controversias y las contradicciones en las que semana tras semana se involucra el presidente Trump.
La popularidad personal del mandatario, sin embargo, no parece sufrir. O al menos sus partidarios no parecen preocupado por las polémicas y continuos cambios de opinión que han puesto en duda la credibilidad de un grupo cada vez mayor de colaboradores de Trump, a comenzar por el propio vicepresidente Tim Pence.
La polémica más reciente se refiere a la información secreta que el mandatario compartió con el Ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Labrov, y que en el lapso de horas fue desmentido por la Casa Blanca, desestimado por la derecha que vio en el tema un pedazo de conspiración antiTrump, y confirmado por el propio mandatario.
Trump puntualizó la mañana de martes que no veía problemas en mencionar información confidencial sobre posibles movimientos del Estado Islámico, y que en todo caso era su derecho.
La idea de que el presidente puede hacer lo que quiera parece engranada en la forma de pensar de Trump, que tal vez esté legalmente en lo correcto.
Pero hacerlo cuando su gobierno está bajo acusación de haberse beneficiado electoralmente del contacto con los rusos indica un grado de indiferencia a la sensibilidad política de un tema que puede llevarlo incluso al juicio político, según al menos los sueños de sectores del partido demócrata y no pocos grupos de izquierda.
La impugnación constitucional es improbable, al menos por ahora, de acuerdo con The Washington Post. Pero la idea de apostar al respecto resulta cada vez menos fuera de lugar.
Trump enfrenta sin embargo un peligro mayor, luego de que The New York Times revelara que de acuerdo al menos con un memorando del despedido director de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), James Comey, le pidió que detuviera la investigación sobre los vínculos con los rusos del general Michael Flynn, entonces Consejero de Seguridad Nacional.
Pero cada escándalo es tiempo menos para su agenda; cada ciclo de declaración, noticia y desmentido y polémica es un golpe a su programa de trabajo.
Parte de esa continua obstrucción puede ser atribuida a la oposición: la abierta que encabezan los demócratas y la encubierta, que protagonizan funcionarios y legisladores republicanos cada vez menos contentos con el hombre que ahora los representa en la Casa Blanca.
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