Max se abre paso en un pasillo kilométrico, camina lento y con la vista de frente, no se inmuta ante los chiflidos y gritos de “diablo, diablo”, esquiva personas y cajas hasta llegar a un local en donde le ofrecieron trabajo.
Una semana después de haber llegado a la Ciudad de México, el joven de 24 años, originario de Haití ahora es almacenista en el mercado más grande de todo el mundo.
“Tiene que revisar fechas de caducidad, mantener limpias las instalaciones y tener los productos en orden, lo hará junto con otras personas”, explicó Olga Martínez, quien desde hace 13 años está a cargo de una comercializadora de granos.
La cita fue a las diez de la mañana, Max salió de su casa a las 8:30am “para no llegar tarde”, dice en un español entendible que aprendió en Chile, no conoce el camino, pero se lo explicaron, subió al Metro Garibaldi y se bajó en la estación Aculco, tomó un autobús RTP que lo dejó frente a su nuevo empleo.
“Estoy trabajando en una bodega, las personas que tienen corazón te tratan bien, mis compañeros de trabajo son buenas personas, me recibieron como una familia”, comentó en entrevista con El Heraldo de México.
Max es uno de los migrantes que recibió ayuda en el café La Resistencia, ubicado en la calle de Cuba, en el Centro Histórico, desde que llegó a la capital encontró comida y refugio por parte de Ana Enamorado, una activista hondureña que desde hace nueve años radica en México, ella llegó en busca de su hijo que se encuentra desaparecido.
“Me han ayudado a encontrar un lugar de descanso y ahora con trabajo, vengo con mi esposa y tengo amigos, somos como una familia. Lo que necesitamos no es un favor, queremos que el presidente de México nos diga qué vamos a hacer, que nos den la posibilidad de quedarnos en este país o que nos dejen cruzar la frontera”, dijo.
Hace cinco años este joven salió de su hogar “con mucha esperanza”, sonríe al preguntarle la razón por la que decidió dejar su país.
“Por lo que vivimos, no hay trabajo. Viajé a Chile y fui profesor de francés, por las noches trabajé de seguridad, luego viví en Brasil, ahí estuve en la obra y en una empresa lavando ropa”, comentó quien intentará cruzar la frontera en caso de que las autoridades migratorias mexicanas le nieguen el refugió.
En menos de una hora Max entendió sus nuevas labores, después de empacar ocho cajas grandes de frituras él y su compañero toman un descanso; trabajará de lunes a sábado de siete de la mañana a seis de la tarde.
“La ayuda no se trata de nacionalidad, cuando alguien necesita una mano tienes que ver la necesidad, él no tardará en sentirse como en familia porque es lo que nosotros somos”, enfatizó Olga Martínez.
Max, su esposa y sus amigos viven en un hostal en la zona centro de la capital, duermen en literas de tres pisos, las habitaciones son obscuras y con olor a humedad y orines.
“Tengo que acostumbrarme, sabemos que no nos vamos a quedar en este lugar, por eso trabajo para salir de aquí y a los haitianos que vienen darles ese ejemplo, quédate un poco y sal de este lugar para vivir libre”, culminó.
PAL