Cúpula

Jugarse la vida

En su mayoría dispersos, los textos que Galeano escribió sobre balompié son reunidos en su totalidad por Siglo XXI editores en Cerrado por futbol

Jugarse la vida
Jugarse la vida Foto: Especial

¿Por qué escribo?

Para empezar, una confesión: desde que era bebé, quise ser jugador de fútbol. Y fui el mejor de los mejores, el número uno, pero sólo en sueños, mientras dormía. 

Al despertar, no bien caminaba un par de pasos y pateaba alguna piedrita en la vereda, ya confirmaba que el fútbol no era lo mío. Estaba visto: yo no tenía más remedio que probar algún otro oficio. Intenté varios, sin suerte, hasta que por fin empecé a escribir, a ver si algo salía.

Intenté, y sigo intentando, aprender a volar en la oscuridad, como los murciélagos, en estos tiempos sombríos.

Intenté, y sigo intentando, asumir mi incapacidad de ser neutral y mi incapacidad de ser objetivo, quizás porque me niego a convertirme en objeto, indiferente a las pasiones humanas.

Intenté, y sigo intentando, descubrir a las mujeres y a los hombres animados por la voluntad de justicia y la voluntad de belleza, más allá de las fronteras del tiempo y de los mapas, porque ellos son mis compatriotas y mis contemporáneos, hayan nacido donde hayan nacido y hayan vivido cuando hayan vivido.

Intenté, intento, ser tan porfiado como para seguir creyendo, a pesar de todos los pesares, que nosotros, los humanitos, estamos bastante mal hechos, pero no estamos terminados. Y sigo creyendo, también, que el arcoíris humano tiene más colores y más fulgores que el arcoíris celeste, pero estamos ciegos, o más bien enceguecidos, por una larga tradición mutiladora.

Y en definitiva, resumiendo, diría que escribo intentando que seamos más fuertes que el miedo al error o al castigo, a la hora de elegir en el eterno combate entre los indignos y los indignados.

 

Los cuentos cuentan/1

En Bocas del tiempo, conté una historia que en 1967 ocurrió en el principal estadio de fútbol de Colombia.

No cabía un alfiler, el estadio hervía. Se definía el campeonato entre los dos equipos dominantes de Bogotá: el Millonarios y el Santafé.

Omar Devanni, goleador del Santafé, cayó en el área, en el último minuto de ese superclásico; y el árbitro pitó penal.

Pero Devanni había tropezado: nadie lo había golpeado, ni rozado siquiera. El árbitro se había equivocado, y ya no podía dar marcha atrás ante la multitud rugiente que llenaba el estadio.

Entonces Devanni ejecutó ese penal que no existía. Lo ejecutó muy serenamente, lanzando la pelota muy pero muy lejos del arco rival.

Ese acto de coraje selló su ruina, pero le otorgó el derecho de reconocerse cada mañana ante el espejo.

Unos cuantos años después, recibí una carta de alguien que yo no conocía, Alejandro Amorín. Ya Devanni estaba lejos del fútbol, tenía una cantina en algún lugar del mar Caribe, cuando este Alejandro le preguntó sobre el asunto. Al principio, Devanni dijo que no lo recordaba. Después dijo que podía ser, quién sabe, quizás había ejecutado mal ese penal, me salió así, pateé mal, fue sin querer, son cosas del fútbol...

Como disculpándose por haber sido tan digno.

 

La primera jueza

Se llama Léa Campos, es brasileña, fue reina de belleza en Minas Gerais y sigue siendo la primera mujer que ha ejercido el arbitraje en diversos campos de fútbol de Europa y de las Américas.

Obtuvo el título tras cuatro años de cursos y exámenes, con diploma y todo, pero más fuerte que sus silbatos suenan todavía los silbidos del público de machos indignados contra la intrusa.

El árbitro había sido siempre árbitro, y nunca árbitra. El monopolio masculino se rompió cuando Léa conquistó el mando supremo en las canchas, ante veintidós hombres obligados a obedecer sus órdenes y someterse a sus castigos.

Algunos dirigentes del fútbol brasileño fueron los primeros en denunciar el sacrilegio. Hubo quienes amenazaron con su renuncia, y otros invocaron dudosas fuentes científicas que demostraban que la estructura ósea de la mujer, inferior a la del hombre, le impide cumplir con tan extenuante tarea.

La guerra contra las guerras

Mientras nacía el siglo veintiuno, murió Bertie Felstead, a los ciento seis años de su edad.

Había atravesado tres siglos, y era el único sobreviviente de un insólito partido de fútbol, que se jugó en la Navidad de 1915. Jugaron ese partido los soldados británicos y los soldados alemanes, en una cancha improvisada entre las trincheras. Una pelota apareció, venida no se sabe de dónde, y se echó a rodar, no se sabe cómo, y entonces el campo de batalla se convirtió en campo de juego. Los enemigos arrojaron al aire sus armas y corrieron a disputar la pelota.

Los soldados jugaron mientras pudieron, hasta que los furiosos oficiales les recordaron que estaban allí para matar y morir.

Pasada la tregua futbolera, volvió la carnicería; pero la pelota había abierto un fugaz espacio de encuentro entre esos hombres obligados a odiarse.

 

La pelota como instrumento

En las Copas del Mundo de 1934 y 1938, los jugadores de Italia y de Alemania saludaban al público con la palma de la mano extendida a lo alto. Vencer o morir, mandaba Mussolini. Ganar un partido internacional es más importante, para la gente, que capturar una ciudad, decía Goebbels.

En el Mundial del 70, la dictadura militar de Brasil hizo suya la gloria de la selección de Pelé: Ya nadie para a este país, proclamaba la publicidad oficial.

En el Mundial del 78, los militares argentinos celebraron su triunfo, del brazo del infaltable Henry Kissinger, mientras los aviones arrojaban a los prisioneros vivos al fondo de la mar.

En el 80, en el Uruguay, la selección local ganó el llamado “Mundialito”, un torneo entre campeones mundiales. La publicidad de la dictadura vendió la victoria como si hubieran jugado los generales. Pero fue entonces cuando la multitud se atrevió a gritar, por primera vez, después de siete años de silencio obligatorio. Se rompió el silencio, rugieron las tribunas:

Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar...

 

MORI LEE A GALEANO 

Con motivo del décimo aniversario del fallecimiento del escritor y periodista uruguayo, la Coordinación Nacional de Literatura (CNL) del INBAL invita a la lectura dramatizada "Galeano, 10 años después". Organizada en conjunto con la Coordinación Nacional de Música y Ópera, la Embajada de Uruguay en México y Siglo XXI Editores, la lectura estará a cargo de la actriz Bárbara Mori, quien será acompañada al piano por María Teresa Frenk. El acto se llevará a cabo el 13 de abril a las 12:00 horas en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, con acceso libre. 

Por Eduardo Galeano

EEZ

Temas