Las verdades, las mentiras, “los pedacitos de aquí y de allá que la nombran y la etiquetan”, la personalidad, la vanidad, el carisma, el ego, la inteligencia y la valentía de Elena Garro son características que Jazmina Barrera (CDMX, 1988) retrata de la novelista y dramaturga mexicana, en La reina de espadas, su primer ensayo biográfico publicado por Lumen.
El libro es, para Barrera, una libreta de apuntes, una colección de historias, de ideas, de datos y de los gatos que tuvo Garro, una autora a quién apenas conoció hace dos años, y de quien, dijo, se enaltecen sus aportaciones a la literatura, pero se le destituye de su humanidad: “Sucede que le agarré cariño aunque nunca la conocí, la quiero en sus verdades y en sus mentiras, porque no hay espacio para la indiferencia ante su enorme personalidad”.
Barrera resaltó que la autora de Los recuerdos del porvenir (1963) le dio a los lectores un hogar y un espacio seguro para conocer historias que delatan la violencia contra la mujer, la perversión del gobierno, el clasismo, el racismo y la lucha de los pueblos indígenas.
“Su frase más famosa dice ‘yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga’, pero los recuerdos que tenemos de ella son confusos y contradictorios porque le costó mucho trabajo separar los hechos de la mentira; la mentira de la literatura y la literatura de los hechos. Sólo era un ser humano”.
La reina de espadas, bautizada así por el interés que tuvo en el tarot, aborda la relación que tuvo con Octavio Paz, su rol como madre de Helena y el exilio, pero también su entusiasmo por el ballet y el teatro, y sus estudios literarios, de latín, de inglés y de psicología.
“Su paso por los escenarios resultó efímero, bajo la tutela de Julio Bracho fue bailarina, actriz y coreógrafa; en el teatro trabajó bajo la dirección de Xavier Villaurrutia y Rodolfo Usigli, sin embargo, contraer matrimonio con Paz la distanció de estas disciplinas”, dijo la autora de Línea Nigra.
“Leí todos los libros y obras que escribió Elena Garro, las biografías que se han escrito de ella, pero haber tenido acceso a sus archivos en la Biblioteca Princeton me permitió distinguir su escritura apresurada de la triste y de la dedicada”, señaló.
Por Azaneth Cruz
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