Funestamente, el mundo está en un momento indómito: “vivimos el lado salvaje de la violencia, de las guerras en el mundo, el lado salvaje del clima mismo que se está saliendo de control y no hay forma de solucionarlo, porque todo ese lado salvaje implica cierta impotencia”, opina Mónica Lavín (Ciudad de México, 1955).
Aún más trágico, la manifestación de esa parte bronca parece normalizarse. Lo salvaje “siempre es una constante de lo humano, cada uno está dialogando siempre con su propio lado salvaje, enfurece, avienta algo, tenemos ese impulso, pero estamos viviendo una sociedad donde ese impulso, aquí en México, por ejemplo, en gran medida eso salvaje sucede ya con normalización: la normalización de la violencia, los feminicidios como algo que no se está deteniendo, como algo que, incluso, nos agrede que esté ocurriendo y no hagamos nada… esa realidad es muy agresiva y es salvaje”.
La autora, quien se convirtió en escritora a través del cuento, está de regreso con una reunión de relatos cortos donde la parte bravía es el ingrediente aglutinante. “El lado salvaje” (Tusquets, 2024) reúne 23 relatos, algunos escritos por Lavín como parte del proyecto Cuentos que dialogan con cuentos, patrocinado por el Sistema Nacional de Creadores, otros elaborados en una residencia en Englewood, Florida, y otros más publicados con anterioridad.
“Creo que los libros siempre, o lo que escribes, están, o se desarrollan, surgen del contexto en el que estamos viviendo y aunque no lo esté encarando directamente, vivimos el lado salvaje”. Lavín había compuesto un par de novelas, y aunque nunca abandona el relato, pensaba que este le llamaba: “Decía ya quiero la conversación que propone todo libro, quiero la complicidad con el lector, quiero volver a decir: además de novelista soy cuentista, tengo las dos manos para el piano, el cuento siempre está sucediendo mientras sucede la novela, pero se empezaba a volver una necesidad”.
El lado salvaje de los cuentos de Lavín no sólo es humano, también es el de la naturaleza, el que no está en posibilidades de ser controlado; sus personajes viven al acecho de las circunstancias, se vuelven vulnerables frente al entorno o ante sus propios prejuicios y, para que funcionen sus historias siempre está también el asombro de lo inesperado, los pequeños accidentes que trastocan lo cotidiano.
“En realidad todas las historias tienen algo que puede ser lo salvaje, lo que se sale de control. Creo que eso es lo que pretendemos con nuestra vida civilizada: domesticar el lado salvaje o domesticar lo salvaje que nos haría seres antisociales, los cuentos tienen que ver con algo que se sale del lado domesticado, el lado salvaje es lo que no está gobernado por la razón ni lo que se controla, sino lo que de repente responde a la intuición, a nuestra parte más oscura, más animal, la que tiene menos cuidado hacia las formas y lo demás”, explica.
Así, Patricia se ve expuesta al lado animal de los pasajeros de un tranvía que se ha quedado varado; un limosnero despierta los prejuicios de los comensales de un restaurante, en tres mesas distintas, cuando pide y consume ahí mismo uno de sus postres; o una joven viuda se ve cayendo en su misma trampa cuando intenta a toda costa evadir el flirteo de un hombre que le parece atractivo.
En la mayoría de sus relatos, Lavín deja un espacio para que el lector complete la historia; ese intercambio le resulta primordial para que funcionen: “El cuento para mí es ese cucharón de la sopa, el cucharón que tiene bordes y sólo saca una parte, una cucharada que termina en un punto donde el conflicto ya se hizo evidente y hubo un quiebre, lo que importa mucho en el cuento es eso, el quiebre, el momento donde las cosas ya no pueden regresar y ya tienen que derivar en algo”.
Pero ahí es donde la cuentista se vuelve maliciosa y sólo sugiere una parte al lector, quien habrá de completar la historia: “El cuento que a mí me gusta leer y escribir es el que al final me deja como un poquito perpleja. Yo siempre pienso que el cuento es como el Alka-Seltzer que tiene que efervecer y revelar otras cosas, a los cuentos hay que darle su tiempo también”.
En la malicia, en la astucia es donde Lavín se ve como cuentista cuatro décadas después de publicar sus primeros relatos: “Ahora hay más desparpajo y más atrevimiento, sin malicia para mí no hay buen cuento, ahora está el gusto por probarse, por probar otras maneras, otras posibilidades, aún cuando el cuento es muy canónico quiero ver qué puedo hacer y cómo puedo violentar o, incluso, aplicar el lado salvaje para el propio género, que no sea tan rígido. Ahora me siento más libre y más entusiasmada”.
ELEMENTOS
- A pesar de estudiar biología, Mónica Lavín se convirtió en escritora gracias al cuento.
- Con el género ganó el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen.
- Sus relatos cortos han sido traducidos a diversos idiomas y aparecen en distintas antologías.
Por Luis Carlos Sánchez
EEZ