Desde su estreno, la adaptación televisiva de Como agua para chocolate parece haber polarizado a la crítica.
Mientras unos alaban la expansión fílmica de una novela rica en lenguaje, narración y erotismo, otros critican a los creadores por permitirse demasiada libertad creativa. Sin embargo, considero que los encargados de adaptar la novela de Laura Esquivel mostraron gran ingenio para rellenar los espacios de indeterminación de una obra que no solo abarca una gran cantidad de años, sino que también se caracteriza por contener saltos temporales abundantes.
La novela original relata la vida de Tita de la Garza, la hija menor de una madre tradicional y autoritaria que obstaculiza su amor por Pedro Múzquiz mientras el pueblo mexicano se levanta en armas. No obstante, más allá del conflicto amoroso central, la obra se distingue por explorar la profunda conexión emocional e identitaria que Tita establece con la cocina.
En la novela, este espacio no solo representa un refugio creativo para la protagonista, sino también el único medio disponible para canalizar sus emociones y pensamientos hacia los demás sin necesidad de obedecer las convenciones sociales de la época.
Es más, quizá el acierto más grande de la adaptación yace precisamente en la forma en que se traslada a la pantalla esa relación gastronómica tan peculiar y literariamente exquisita. Además de preservar el erotismo gastronómico que tanto distingue a la novela, los codirectores Julián de Tavira y Analorena Perezríos, mostraron gran creatividad para dotar de apoyo visual a los momentos más fantásticos de la novela. A través de una cuidadosa atención al detalle, ambos directores lograron convertir en imágenes sugestivas y memorables aquellos aspectos que en el texto original quizá solo se sugerían de manera metafórica.
El contagio emocional y erótico que provoca la comida de Tita es llevado a cabo por Tavira y Perezríos con creatividad, estética, pero - sobre todo - con una exageración visual sumamente entretenida. Por ejemplo, la forma en que el codorniz de pétalos contagia de lujuria al pueblo entero o, por otro lado, la melancolía que provoca el pastel de bodas que prepara Tita son momentos sinceramente espectaculares. En ambos casos, el contagio culinario no solo es grabado con una intensidad emocional y erótica muy acorde a la novela, sino con una creatividad artística que amplifica los elementos fantásticos de la obra con recursos propiamente cinematográficos.
Además, el formato elegido para la adaptación ofrece una oportunidad única para explorar con mayor profundidad a personajes secundarios que podrían pasar un tanto desapercibidos. A diferencia de la obra literaria, por ejemplo, la adaptación producida por HBO aprovecha la extensión de sus episodios para enriquecer aspectos que en la novela quedaban meramente esbozados, como la participación de Pedro en la Revolución Mexicana o, asimismo, la relación competitiva entre Tita y su hermana Rosaura.
Aunque estas libertades creativas podrían ahuyentar o generar rechazo en algunos espectadores más puristas, creo que los espacios indeterminados dentro de la novela permiten al lector -y a los directores también- la oportunidad de especular y trazar sus propias conclusiones. Es decir, las libertades creativas que se permiten al adaptar la novela no solo expanden el universo creado por Esquivel, sino que también aporta nuevas capas de complejidad emocional a la historia. Al final, creo que esta adaptación termina por evidenciar a Tavira y Perezríos como lectores atentos y comprometidos, pero - sobre todo- como un par de artistas atrevidos, creativos y ambiciosos.
Después de todo, esta nueva adaptación de Como agua para chocolate no solo está a la altura de las expectativas establecidas por la novela de Esquivel, sino que -además- logra dotar de nuevas dimensiones a la obra que sólo son accesibles en el lente de la cámara, la escenografía y el montaje cinematográfico.
Por Tomás Lujambio
EEZ