El arte, dice Adrián Gutiérrez Lomelín (1973), llegó a su vida desde muy temprano. La familia de su padre tenía cierto interés en la pintura y en el dibujo, y, desde muy pequeño, no sólo veía a sus familiares hacer sus trazos, sino también era asiduo espectador de exposiciones, conciertos y obras de teatro. “En casa, en vez de futbol, veíamos arte y aviones, porque mi abuelo fue pionero de la aviación”.
Sin embargo, se graduó en Diseño Gráfico y a los ocho meses dejó su trabajo. Una vez liberado de una profesión que limitaba su creatividad buscó dar rienda suelta a lo que quería expresar con el pincel. “Tenía cierto bagaje del arte, no era demasiado profundo, pero también había esa rebeldía de decir: no quiero ver más, quiero pintar”.
El aislamiento social fue la respuesta. Gutiérrez se fue a una cabaña en la montaña, rodeado de naturaleza y campo. Probó entonces con el óleo y ahí se quedó hasta la fecha; pero también inventó su propia técnica: Reflexarte.
“Es una técnica con un juego de luces y espejos que terminó dando formas hiperrealistas y abstractas. Hay otra que se llama Puntillismo tridimensional, son cabezas alfileres y según como estén metidos los alfileres hay brillos y tonalidades”.
En medio de la naturaleza descubrió también el tipo de arte que quería hacer, un elefante lo guió hasta el hiperrealismo. “Quería hacer a este animal con realismo y me di cuenta de las texturas, de los matices y me encantó”.
Así brincó al paisaje, a elementos como el agua, la tierra, las piedras, los bosques, entre otros animales. Actualmente parte de su obra se aprecia en sus redes sociales.
PAL