La sonrisa de Yvonne Domenge me cautivó desde nuestro primer encuentro en 2005, era la inauguración de una amplia muestra en el Museo de Arte Moderno con curaduría de Itzel Vargas. La escultora y su rostro de niña me abrazaron junto con una amistad que me acompañó por siempre.
Piezas de formas y texturas sinuosas, suaves como el cuerpo humano y con listones que parecen llegar al infinito han sido multipremiadas en México y el extranjero. Estados Unidos, Canadá, Europa y Asia han galardonado su trabajo, que se encuentra en grandes instituciones y colecciones públicas y privadas del mundo; en 2011, fue la primera mujer en exponer esculturas en el Millennium Park, en Chicago.
En 2010, Domenge creó una pieza inquietante que cobra en nuestros días un amplio significado, una interpretación del virus AH1N1, pieza visionaria de gran formato que se ubica en el Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM, en la Ciudad de México.
Pareciera como si después de una “probadita” del poder del virus durante la época de la influenza en nuestro país, Yvonne nos alertara de lo que sucedería 10 años después. Ella misma lo acotó: “Desarrollé la escultura del AH1N1 para hacerlo visible a la gente, su tamaño real promedio es de 100 nanómetros, y al realizarlo en una obra con un diámetro de tres metros, pongo al alcance de la vista lo que únicamente podría apreciarse con un microscopio electrónico”.
El arte público y los espacios urbanos fueron una de sus constantes. En 1999, la escultora inició una aventura que la apasionó durante años, el “Proyecto escultórico creatividad plástica en la colonia Buenos Aires”, en la calle Doctor Vértiz.
Para hacerlo posible, Domenge integró a los vecinos y su actividad económica, en una propuesta artística que saliera de los recintos museísticos y las galerías para apropiarse de los camellones y los corazones citadinos de quienes cotidianamente los transitan.
Con el apoyo económico del Fonca, la Buenos Aires se entusiasmó con la propuesta que integraba a los propios habitantes interviniendo mofles, tuercas, rines, tornillos y resortes mecánicos en desu-
so –elementos con los que los colonos tienen comunicación natural–.
El corredor se inauguró en 2001 y sumó en su momento 15 piezas. Cuando lo planeaba, a la manera de procesión religiosa, Yvonne recorrió las calles de la zona con una de sus esculturas realizada con autopartes y así logró llamar la atención de los colonos.
De esta simbiosis artista-comunidad más de un creador surgió de las filas de los talleres mecánicos y las refaccionarias. Hoy, tal vez sea el momento de restaurar lo que queda de estas esculturas e incluso de ampliar los alcances de sus creaciones.
El año pasado me tocó comunicar a los medios la muerte de la escultora; hoy me entusiasma caminar de la mano de la Fundación Yvonne Domenge, actualmente en construcción y dirigida por los herederos de su obra, para preservar y difundir su talento, así como contribuir a la formación de nuevos artistas.
Por Salvador Vera
salvadorverai@gmail.com
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