Se estima que para hacer una camiseta de algodón de 250 g se utilizan 2,900 litros de agua. Por años, mi deporte fue correr por los pasillos del centro comercial. Entrar al asecho a una tienda y salir con bolsas llenas, como quien acaba de ganar un trofeo. A veces compraba por aburrimiento, aunque sacrificar una parte de mi presupuesto destinado a gastos fijos, para pagar la tarjeta.
Y sin afán de justificarme; el hecho de haber trabajado en la industria de la moda más de la mitad de mi vida me convierte en una amante de los “trapos” ( expresión de cariño que se usa en el medio). Desde mis comienzos como modelo, y más tarde, como stylist, siempre he estado rodeada de ropa. Ya sea analizando tendencias de moda, armando looks para campañas y desfiles, así como también seleccionando el outfit perfecto para algún cliente.
Al convivir tan intensamente con ropa, se forma una especie de relación codependiente, en donde uno es la víctima y la ropa el victimario, y se invierten los papeles. La deseas tanto que cuando la tienes ya no la quieres. Coleccionamos impulsos y llenamos nuestro clóset de metros de tela que en nos dieron una felicidad efímera.
La nueva forma de vida, provocada por la pandemia del COVID-19, nos ha obligado a modificar varios aspectos en donde “estar a la moda”, no ocupa un lugar primordial. En lo personal, este tiempo de confinamiento me ha servido como una especie de “detox”, en donde al no haber comprado nada, he podido reencontrarme con mi guarda ropa y descubrir verdaderos tesoros que he acumulando con el tiempo, maravillas olvidadas que han vuelto a tener vida, gracias a la herramienta más valiosa de un stylist: la creatividad.
Es como ir de compras a tu clóset y hacer tantas combinaciones como la imaginación te lo permita, probando con distintos accesorios y zapatos. Aún cuando amamos la moda, la realidad es que es de las industrias que más contaminan al planeta, debido a la destrucción de ecosistemas por la fabricación de toneladas de ropa. Y es urgente aplicar la racionalidad en el uso de recursos, integrando criterios éticos en la producción para reducir el impacto ecológico.
Debemos comprender que el consumir de una forma más consciente nos convierte en activistas pacíficos para la transformación gradual del sistema de consumo en el que vivimos inmersos, y así contribuir a la solución ante uno de los problemas más importantes actualmente: el calentamiento global.
Mi amor por la moda no murió, de hecho es más fuerte que nunca. Modifiqué mis hábitos de consumo y aprendí a valorar todo lo que tiene que ofrecer. Abriéndome a otras posibilidades antes de descartarla. Qué importa si es de otra temporada. Antes de comprar algo nuevo, analizo que se puede integrar a mi clóset para que realmente sume. Prendas que de calidad, así como versátiles, para que las pueda combinar con otras y le dé frescura a mi guardaropa.
POR LUISA PEÑA
@LUISAPENA.MX