La Manigua

Romantizar al migrante

Nada es más común en el lenguaje cotidiano mexicano que evitar las palabras precisas, como cuando a la cárcel le dicen reclusorio, a los pantanos selvas, a las remesas enviadas con un sacrificio sin nombre, en vez de decirles sufrimiento y esclavismo, le llaman crecimiento económico y sostén

Romantizar al migrante
María Cecilia Ghersi / La Manigua / Opinión El Heraldo de México Foto: El Heraldo de México

Suponer árboles de sombra cuando solo hay un descampado, recordar el ruido de un río  cuando el cuerpo se deshidrata hasta la inconsciencia, colonizar un dibujo con arquetipos imitados, forzar los símbolos patrios y anidarlos en las plazas públicas cuando se reparten dádivas falsas, sujetar anuncios con las columnas de cemento de los hogares dando la bienvenida, ilustrar las paredes con consignas de empatía, decorar espacios con artesanías que vendieron una vez las manos caídas, hacer versos con dolores y agruparlos con estrofas de protesta, ocultar las caras tristes por facciones altivas, renombrarlos “guerreros” cuando su única arma son los dedos de los pies ampollados  y repetir sin cansancio que son los “paisanos” los que edifican al país con su arduo trabajo sin reconocer que se reconstruyen como otros, pero con hambre. 

Romantizar el gran viaje del héroe, dotarlo de todos los paisajes y fenómenos naturales que ha vencido, videar las largas caminatas de quienes luchan amenizadas con música regional, fomentar los encantos de las ciudades que les reciben, fotografiar los retos como si fueran una gran aventura que busca un final feliz de guiones clásicos con personajes ingenuos que logran el todo porque quieren. Comunicar desde un lado mundano y desinformado las vivencias del migrante, retratando solo la parte final de las odiseas que les han perseguido, es una costumbre que tiraniza y que deja en completa orfandad a los que condenan sonorizando de melancolía lo que debería ser una canción de horror. 

Nada es más común en el lenguaje cotidiano mexicano que evitar las palabras precisas, como cuando a la cárcel le dicen reclusorio, a los pantanos selvas, a las remesas enviadas con un sacrificio sin nombre, en vez de decirles sufrimiento y esclavismo, le llaman crecimiento económico y sostén. Cuando a esa violación consecutiva de mujeres en las fronteras adoran decirle solo “trata” y al tráfico de niños sin pasaporte  y venta de órganos le titulan “comercio fronterizo” y “derecho de piso”. 

Ese lado laberíntico, justificado, romantizado, que evita la polémica, la realidad, lo que siempre se hace en un país que sufre de una mayoría que desea morirse en casa pero no puede, dejando atrás su verdad que es la “tierra”, una palabra que significa que perteneces, y que todo aquello que proviene de ella volverá a ella porque a es “patria” y desde ahí eres, serás y fuiste para volver a ser. Y es por eso que no pueden diferenciar que el triunfo de cruzar una frontera no es lo mismo que el triunfo de quedarse, una verdad abismal que tiene que ver con el vencedor y el derrotado,  y entonces biografía,  historia de una vida de una persona, que confunden con un documental que parece una marabunta desolada que ilustra personas que buscan en otro cielo un reflejo que no es el suyo. Un espejismo constante, un ideal de sufrimiento inimaginable al que llamarán “lucha” y una revolución interna tan dolorosa a la que no podrán nombrar jamás. 

Una urgencia, en este inmenso universo de palabras mal concebidas es hacer entender la absoluta soledad que los eufemismos postulan y no pueden justificar en aquello que daría entrada a la  palabra “represión” para definir un terrorismo de Estado que expulsa hacia la muerte a sus propios connacionales a los que llama con ternura “paisanos” para esconder los origenes de una guerra que casi todos los que les agradecen tendrían por la que pagar. 

POR MARÍA CECILIA GHERSI PICÓN. 

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