Me llama mucho la atención que un grupo autodenominado STOP AI haya emergido en Estados Unidos, manifestándose en diversos eventos con una demanda radical: la prohibición de una tecnología que no ha llegado, la Inteligencia Artificial General (AGI). El movimiento, que se define defensor de la resistencia civil no violenta, argumenta que crear sistemas capaces de superar la inteligencia humana en múltiples ámbitos es una amenaza existencial para la humanidad.
STOP AI fundamenta su posición en argumentos que merecen un análisis crítico. En primer lugar, invocan la hipótesis Terminator, basándose en declaraciones de expertos como Geoffrey Hinton, quien estima una probabilidad del 50 por ciento de que la IA supere la inteligencia humana en las próximas dos décadas. Este argumento, aunque provocativo, carece de una base empírica sólida y se apoya más en la especulación.
Además, el movimiento expresa preocupaciones sobre pérdida de control, riesgo existencial y potencial pérdida de propósito en la vida humana, ante una AGI omnipotente. Si bien esas inquietudes no son triviales, la solución propuesta —una prohibición total de su desarrollo— es, en el mejor de los casos, ingenua, y en el peor, contraproducente.
La historia nos enseña que prohibición de tecnologías emergentes rara vez ha sido efectiva y, con frecuencia, ha resultado contraproducente. La investigación y desarrollo tecnológico, especialmente en un campo tan abstracto y distribuido como la IA, no son actividades fácilmente trazables o controlables mediante decretos gubernamentales.
Más aún, la propuesta de STOP AI de movilizar a 3.5 por ciento de población norteamericana en protestas pacíficas contra la IA ignora la realidad geopolítica global. Una prohibición unilateral en un país o bloque incentivaría investigación y desarrollo en otras naciones, potencialmente acelerando una carrera tecnológica sin salvaguardas éticas y de seguridad.
En lugar de abogar prohibiciones, es imperativo desarrollar un marco regulatorio robusto y adaptable, se pueden establecer organismos de supervisión internacionales que inviertan en investigación ética, que generen transparencia y constante auditoría: sumado a una educación y concienciación pública.
Es fundamental reconocer que el desarrollo tecnológico es un fenómeno inherente a la especie humana. La historia de la civilización es, en gran medida, la historia de la innovación tecnológica. Intentar detener este proceso no sólo es fútil, sino que podría privarnos de avances cruciales en campos como medicina, investigación científica y sostenibilidad ambiental.
La IA, incluso en sus formas actuales no generales, ya está contribuyendo significativamente a estos campos. Prohibir su desarrollo podría tener consecuencias negativas imprevistas, retrasando soluciones a problemas globales urgentes.
Me parece que el futuro de la IA no se decidirá en las calles con pancartas, sino en laboratorios, aulas, parlamentos y foros internacionales, donde el conocimiento, ética y política convergen para dar forma a nuestro futuro tecnológico compartido.
POR ARMANDO KASSIAN
@ARKASMI
EEZ