MALOS MODOS

México transgénico

Fin de semana, por decir algo, en Amatlán, echándote la queca que te hizo doña Mari, viendo extasiada una milpa súper auténtica, con sus elotes chimuelos y sus coralillos

OPINIÓN

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Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de México
Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El Doctor Patán entiende a María Elenita, férrea, constante, ideológicamente pura defensora del maíz de a de veras. El maíz autóctono. El maíz con certificado de pureza étnica y libre de imperialismo. El maíz no transgénico, pues.

A mí lo de prohibirlo en la Constitución también me puso a soñar, por eso entiendo a mi Maruca. No puedo hablar por ella, pero me la imagino en el momento de la revelación, de la Epifanía –perdonen el término griego, pero no di con la traducción al náhuatl–. Ya saben.

Fin de semana, por decir algo, en Amatlán, echándote la queca que te hizo doña Mari, viendo extasiada una milpa súper auténtica, con sus elotes chimuelos y sus coralillos retozonas que caracolean entre los huaraches del México agrario de toda la vida, con la seño desgranando las mazorcas a mano y el don usando el bastón plantador y el machete lleno de evocaciones zapatistas, los dos con las manos curtidas del pueblo bueno y trabajador y las uñas con tierra de la madre patria, enfrentando así, tal vez sin saberlo, al maíz transgénico, que, es sabido, lleva en sus tripas la semilla satánica del capitalismo y, me permito añadir, de la apropiación cultural.

Yo también los he visto, claro que sí. O sea, en mi imaginación. Y me imagino igualmente que en su cabeza, la de Maruca, no me queda del todo claro cómo, pero no importa, ese sueño de “Quetzalcóatl bendice a tus hijos” se conjuga con una oración al padrecito Stalin, por su legado agropecuario. El koljos y la milpa unidos.

Y entiendo entonces la frustración, la furia revolucionaria que le debe tener copada el alma porque echaron para atrás la prohibición de los transgénicos. La sensación de derrota, que no pueden paliar ni los ventiladores ehécatl, ni la vacuna Patria, que, a propósito, ahora sí ya mero llega.

La cosa es que, mejor aceptarlo de una vez, ya la echaron para atrás, porque ni modo: la prioridad es ser el primer país TMec-bolivariano, así que tenemos que adaptarnos. De modo que tendremos que abandonar el legado de la Lysenko mexicana, y encontrar nuevas maneras de afianzar nuestra identidad, que no es fácil. Por ejemplo, y esa es mi primera inquietud: ¿qué hacemos con lo de “Sin maíz no hay país”?

Era perfecto: conciso, claro, en rima, y capaz de vestirnos a todos con penacho y huaraches, tlacoyito originario en mano. Nuestra identidad, carajo, en una frase como un balazo. Ya no aplica. Su doctor lleva días dándole vueltas al problema. “¿Qué otra cosa rima con “maíz” que refleje esta nueva realidad postindustrial?”, me estuve cuestionando. Y nada.

No llegaban las ideas. Hasta que entendí que más es menos. Que lo bueno, si breve, dos veces bueno, y que las respuestas a veces están mucho más cerca de lo que pensamos. Que no hay que ser rebuscados. Que la solución está en dos palabras: “México transgénico”.

POR JULIO PATÁN

COLABORADOR

@JULIOPATAN09

MAAZ