COLUMNA INVITADA

De soberanía y sometimiento

¿Qué más pérdida de democracia y soberanía que la de un país que no dialoga su propio destino dentro de su propia pluralidad interna, que sólo reacciona a la extorsión del bully de fuera?

OPINIÓN

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Guillermo Lerdo de Tejada / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México
Guillermo Lerdo de Tejada / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México Créditos: El Heraldo de México

Haber esquivado la agresión arancelaria, aunque sea como prórroga, es indudablemente una buena noticia dado el golpe devastador que representaría para el empleo y la economía. Sin embargo, tras esta victoria volátil se esconde el trasfondo desolador de una realidad inescapable.

¿Qué más pérdida de democracia y soberanía que la de un país que no dialoga su propio destino dentro de su propia pluralidad interna, que sólo reacciona a la extorsión del bully de fuera? El pragmatismo de comprar con 10 mil soldados (y quizá otras concesiones) un mes para negociar fue adecuado, en su frialdad objetiva; pero cuesta creer que haya algo que realmente celebrar ante la cesión de control sobre la agenda y decisiones estratégicas, junto al precedente que ello imprime para los próximos cuatro años.

Se exhibe, además, nuestro deterioro democrático con cruel ironía. El diálogo y búsqueda de consensos, que el gobierno le niega a la oposición nacional e institucional, se le ofrece a una potencia extranjera y hostil. La validez de opiniones contrarias, que nunca ha reconocido como legítimas a la ciudadanía no oficialista, se le concede a un personaje que nos desprecia.

El rechazo tajante a modificar "ni una coma" de su agenda, a partir de las demandas que millones de mexicanos hemos expresado incesantemente en temas como salud, educación o seguridad, se convierte en cumplimiento inmediato cuando es una orden de Trump para detener migrantes.

La celeridad con que el Estado se movilizó para evitar los aranceles pretendidos por Washington, aunque correcto, no encuentra el mismo ímpetu para, por ejemplo, impedir los aranceles efectivos que cobra el crimen organizado en su versión sangrienta: el derecho de piso.

Lo cierto hoy es que, además de sus propios intereses cupulares, los únicos incentivos del régimen para hacer algo son las presiones del crimen organizado y de Donald Trump. No las demandas ciudadanas, ni la representatividad del Congreso, ni la revisión constitucional de la Corte, y mucho menos las razones técnicas o éticas. No. En México el gobierno sólo está dispuesto a cambiar algo cuando lo pide alguno de los dos principales adversarios de México.

¿Dónde nos deja esta realidad? En un régimen fuerte con Estado débil; en una República sin contrapesos institucionales que cuenten, pero con poderes ilegales o supranacionales que determinan; en un gobierno con una legitimidad enorme para avasallar a la oposición interna, pero sin capacidad de resistir ser avasallado por el rival externo; en un sistema que convoca a la unidad no para lograr objetivos incluyentes, que representen los múltiples anhelos nacionales, sino para que la responsabilidad de sus errores se reparta, se diluya y se deslinde.

Hay quienes creen que Trump será, pese a su hostilidad, un factor benéfico; en particular por su presión para combatir al crimen organizado; incluso, imaginan algún tipo de moderación del populismo en México. Es una conclusión muy cuestionable. Estados Unidos preferiría un vecino democrático, no cabe duda, pero siempre ha tolerado el autoritarismo mexicano a condición de que se le garantice cierta estabilidad a sus intereses. A Trump, en específico, nuestra salud democrática o los derechos humanos no podrían importarle menos.

La indispensable lucha contra el narco debe darse bajo criterios definidos por México, orientados a salvaguardar la vida, propiedad y libertad de nuestra población; no como tributo a las necesidades político-electorales de un mandatario estadounidense. Será buena noticia si empezamos a ver acciones contra la delincuencia, pero sería contraproducente que un esfuerzo de necesaria cooperación bilateral se reduzca a acatar una serie de imposiciones para que Trump presuma a sus electores, que de rebote puedan, o no, resolver los problemas de los mexicanos.

Si el régimen hubiese estado dispuesto a hacer un cambio oportuno en la estrategia de seguridad, fuera de su dogmatismo y a partir de un acuerdo nacional: 1) tal decisión hubiese sido soberana, en nuestros términos, y 2) México hubiese estado menos vulnerable y más preparado para encarar las extorsiones de la Casa Blanca. No podemos depender de las amenazas externas para tomar las decisiones correctas; no por patrioterismo populista, sino porque en ese escenario, siempre se atenderán los intereses de quien presiona, no de quien es presionado.

POR GUILLERMO LERDO DE TEJADA

COLABORADOR

(@GuillermoLerdo)

MAAZ