Isidro Fabela (1882-1964), en su vida y en su obra, se ajustó al dictum de Oscar Wilde: “todo lo resisto menos la tentación”. Para sorpresa de buena parte de sus correligionarios en la gesta armada de 1910 demostró que el cambio social se construye desde un caleidoscopio de trincheras, ya que, siendo abogado por formación, fue además y con mérito político, escritor, periodista, historiador, lingüista, filólogo, diplomático, juez en la Corte Internacional de Justicia y académico de la lengua.
Le corresponde también haber hecho de su terruño mexiquense un símbolo de poder de enorme influencia en la vida de esa entidad y de la nación entera: Atlacomulco, grupo que terminara perdiéndose en los laberintos del poder, pero que surgiera como colectivo dedicado al servicio público.
Para orgullo patrio en su calidad de nuestro representante diplomático ante la Sociedad de Naciones en Ginebra, cumplió la encomienda de denunciar el Anschluss, la anexión de Austria por la Alemania nazi el 13 de marzo de 1938, siendo México el único país en hacerlo, si bien la II República española ya entregada al frenesí de la guerra civil se sumó a tan elevada manifestación de la dignidad en las relaciones internacionales.
Sosegada la tormenta revolucionaria, con su esposa Josefina Eisenmann adquiriría en 1933 en el barrio de San Ángel una casona dieciochesca para, tras restaurarla de la incuria en que se encontraba postrada, rescatar el esplendor perdido, fijar allí su residencia, consolidar su colección de pintura y artes aplicadas, amén de su biblioteca con cerca de 20 mil volúmenes y fototeca, para transformarla en el primer museo entregado por un particular en esta tierra de volcanes.
Mansión que se conociera como “Casa del Mirador” por el torreón-atalaya de la fachada en el extremo oriente, y que tras la restauración de su fuente contra muro del patio principal mudara nombre por el de “Casa del Risco”.
Por cierto y en relación con tan lúdico despachador de agua, vale la pena mencionar el testimonio del propio Isidro Fabela sobre su detallada reconstrucción: “Cuanto a su Fuente, única en el mundo, descuidada por anónima gente alérgica a la cultura, la rehicimos con platos chinos, azulejos, conchas nácar, espejos, tibores de nuestra Puebla de los Ángeles y surtidores de agua suavemente cantarina que habían enmudecido por luengos lustros”.
Tras una concienzuda intervención en el inmueble se dio pleno cumplimiento a la ley (1930) que junto a otros bienes, lo declaraba “monumento colonial histórico protegido”.
Para 1958 el matrimonio Fabela decidió formalizar la donación, incluyendo el menaje completo de la finca, a la sociedad mexicana para su disfrute, al establecer el fideicomiso respectivo en el Banco de México. Un lustro más tarde con el añadido de la residencia vecina se inauguró el Centro Cultural Isidro Fabela, con la presencia del entonces presidente de México Adolfo López Mateos, mexiquense de nacimiento, siendo el gobierno de este estado de la República quien se encarga de su mantenimiento.
Durante décadas la operación del sitio se ha centrado en ofrecer a la visita pública sus colecciones y servicios documentales (archivo, biblioteca, hemeroteca y fototeca), en tanto que los espacios dedicados a exposiciones temporales han funcionado como galería.
En un auténtico renacimiento la actual administración encabezada por la maestra Gabriela Eugenia López Torres, historiadora del arte y gestora cultural, egresada de la Universidad Iberoamericana, con diversos estudios de posgrado y una dilatada experiencia en los institutos nacionales de Bellas Artes y de Antropología e Historia, así como en el ámbito local de a Ciudad de México y la alcaldía Álvaro Obregón, augura que se renueve la tradición y se recupere el liderazgo de esta joya de nuestro patrimonio virreinal en nuestra vida cultural.
POR LUIS IGNACIO SÁINZ
COLABORADOR
SAINZCHAVEZL@GMAIL.COM
MAAZ