Columna invitada

El Golfo de México y la retórica estadounidense

Ahora bien, este renombramiento dio mucho de qué hablar, pues detrás de tal acción hay discursos y fuerzas en juego que superan un simple cambio de nombre

El Golfo de México y la retórica estadounidense
Ignacio Anaya / Colaborador / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

Al fin se hizo realidad el cambio de nombre del Golfo de México por el de Golfo de América. Bueno, al menos parcialmente, pues hace poco se dio a conocer que en Google Maps de Estados Unidos ya aparece «Golfo de América» para sus usuarios. Si esto se mantiene solo en dicho país o se vuelve global, quedará por verse.

Ahora bien, este renombramiento dio mucho de qué hablar, pues detrás de tal acción hay discursos y fuerzas en juego que superan un simple cambio de nombre. En el contexto, nombrar es poder: una retórica puesta en marcha donde la geografía y la política hablan un mismo lenguaje. Quitar y poner es un proceso de mayor complejidad que se manifiesta en un acto de imposición frente al otro.

En tal sentido, cabe preguntarse por Estados Unidos y sus objetivos detrás de cambiar algo que parecía inmodificable. Así la pregunta que muchos deberíamos estar haciéndonos es: ¿qué nos dice el renombramiento estadounidense del Golfo de México por el de América sobre la relación Estados Unidos-México? Este cuestionamiento dispara, a su vez, más interrogantes: ¿cómo nos ve la administración actual de Trump para sentirse con la confianza de realizar tal cambio?

Para entender por qué el gobierno estadounidense habría impulsado este cambio, es necesario remontarse a su retórica nacionalista y su enfoque de «América primero». Trump busca reforzar políticas antiinmigrantes con énfasis en la seguridad fronteriza del sur. Tales políticas vienen acompañadas de narrativas de pertenencia y exclusión.

Renombrar el golfo como «de América» podría interpretarse como una extensión simbólica de su ideario: una reafirmación de hegemonía territorial y cultural, incluso en espacios que jurídicamente son de soberanía compartida. No es casualidad que, bajo su gobierno, se revitalizaran discursos expansionistas que parecen resurgimientos potentes del destino manifiesto, donde el control del territorio se entrelaza con la identidad nacional.

Los nombres de los territorios y accidentes geográficos han sido instrumentos de dominio simbólico: un recordatorio de que la identidad de un lugar suele estar ligada a quien controla su narrativa. En este caso, el cambio evoca viejas disputas sobre la apropiación del espacio, donde la toponimia actúa como un campo de batalla silencioso pero contundente.

POR IGNACIO ANAYA

COLABORADOR

@Ignaciominj

MAAZ

 

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