COLUMNA INVITADA

Nada justifica la violencia

Fue una expresión pura de violencia, de crueldad, donde la agresora no mostró ni una pizca de empatía ni duda. No hay justificación posible para un acto tan brutal

OPINIÓN

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Créditos: El Heraldo de México

He reflexionado sobre un crimen reciente en México y me preocupa no solo el acto en sí, sino la respuesta colectiva. Nos hemos vuelto insensibles a la violencia, reduciéndola a un titular más, a una historia que se desliza por nuestras pantallas sin dejar huella. La exposición constante a la brutalidad ha erosionado nuestra capacidad de conmovernos, como si hubiéramos desarrollado una coraza contra el horror.

En conversaciones con veteranos de la guerra de Irak, escuché algo que aún me persigue: incluso en medio del caos, existían códigos, líneas que no se cruzaban, un rastro de humanidad en el infierno.

Como dicen los veteranos que pelearon en Irak y están entrenados para ello, también hay un código de respeto para el enemigo.
Pero aquí, en nuestros rumbos, en nuestro entorno, en nuestras escuelas, la violencia parece haber perdido toda lógica, toda regla. Una adolescente apuñaló a otra en un acto de celos, y la frialdad con la que lo hizo revela algo profundamente inquietante.

El apuñalamiento es un acto de una intimidad aterradora, un acercamiento visceral que no puede ser ignorado. No es un ataque lejano, sino un acto tan cercano que toca todos los niveles del ser, físico y emocional. Es un espacio cerrado, donde la violencia se vuelve personal y directa, sin distancia, sin barreras. La agresora, en ese momento, no solo corta la carne, sino que rasga la dignidad, la familia, a una sociedad a la vida misma. El cuchillo penetra con  prisa, con una frialdad indescriptible, casi como si el acto en sí mismo fuera el objetivo, más allá del daño inmediato. No hay palabras que lo justifiquen, solo el sonido húmedo del metal desgarrando, el grito ahogado de la víctima, el odio que se pierde en el vacío de una mente deshumanizada. No hay dudas, no hay vacilaciones. 

Cada movimiento, cada cuchillada es deliberada, como un acto mecánico ejecutado por alguien que se ha desconectado completamente del sufrimiento ajeno. Es un comportamiento que roza lo monstruoso, la psicopatología más pura y macabra, donde la vida de otro no tiene valor, donde el dolor ajeno se convierte en un simple paso hacia una satisfacción personal. La agresora sigue, inmune a la humanidad de su víctima, desinteresada, imparable.
Este no fue un acto impulsivo ni un error.

Fue una expresión pura de violencia, de crueldad, donde la agresora no mostró ni una pizca de empatía ni duda. No hay justificación posible para un acto tan brutal.

Nada excusa el daño infligido de esa manera. Esta es la historia de una joven que lucha por su vida y de una agresora que cruzó una línea irreversible. 

Desde la psiquiatría, la falta de empatía, la premeditación y la ausencia de culpa son señales claras de una patología grave. La violencia no es un impulso; es el resultado de una mente trastornada que se ha deshumanizado. Si no intervenimos a tiempo, si seguimos normalizando estos comportamientos, nos enfrentamos a una sociedad que tolera la brutalidad y la psicopatía.
Dejen de normalizar la violencia y, para aquellos que justifican un crimen con ese nivel de psicopatía sádica, háganle un favor a la sociedad y atiéndanse lo antes posible.  

Mónica Salmón 
@monicasalmon_