LA NUEVA ANORMALIDAD

Canada Dry (En copa globo)

Si se jugara efecto dominó y en cada ficha estuviera el nombre de un líder político internacional, por ejemplo Merkel, o Macron o Trudeau, ¿qué o quién daría el empujón? ¿Trump?, ¿la democracia liberal?, ¿quién se divertiría al ver la caída?

OPINIÓN

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Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de México
Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Clichés de la élite liberal mexicana: tengo en Nueva York una prima publicista y una sobrina artista. No están emparentadas entre sí, es probable que no se cayeran demasiado bien si se conocieran y sólo una cosa las une más allá de la nacionalidad, la Green Card y el cariño que me tienen: una percepción cada vez menos desfavorable de Donald Trump.

Cuando dos mujeres mexicanas, educadas, una liberal y una progresista, ambas migrantes legales en la ciudad más cosmopolita, ilustrada y filodemócrata de los Estados Unidos, coinciden en que quizás Trump no esté tan mal, la democracia liberal está en graves problemas.

La del Upper West Side habla de indicadores macroeconómicos, la de Brooklyn de desigualdad pero ambas coinciden en una idea: el establishment político estadounidense –ya demócrata, ya republicano– no da más. Tampoco Bernie Sanders ni Alexandria Ocasio-Cortez. Nadie.

La prima lo manifiesta con discreción en una comida familiar que no pretendo dinamitar, por lo que no persigo la discusión. Pero la sobrina me lo argumenta a detalle en tête-à-tête: es evidente que ninguna de las cosmovisiones políticas que han imperado en lo que llevamos de vida ha logrado erradicar la desigualdad o mitigar el descontento; sería loco perseverar. Tengo contrargumentos. Y principios. Pero ella tiene un punto.

Los contrargumentos solían llevarme a la Alemania de Merkel pero esta semana The Economist –ese bastión de la democracia liberal– la acusa de haber legado un país “incapaz de defenderse sin Estados Unidos, que pena para crecer sin exportar a China y depende del gas ruso para mantener su industria activa”, con poca inversión en infraestructura pública y una política migratoria que ha alimentado el avance de la extrema derecha.

Quedan los países escandinavos a invocar como ejemplos de democracia gobernada por partidos tradicionales, con Estado de bienestar, economía de mercado e instituciones sólidas; lo cierto es que nos quedan lejos, y no sólo en términos geográficos.

Más cerca nos quedaban dos figuras hoy en desgracia: al aferrarse al poder, un Emmanuel Macron de arrogancia creciente ha abusado de los mecanismos parlamentarios, enlazado los fracasos, despilfarrado su legitimidad; es previsible que entregue Francia ya a la extrema izquierda, ya a la extrema derecha.

En Canadá, la renuncia de Justin Trudeau le otorga una salida menos indigna –al menos frena las medidas fiscales y migratorias populistas que empezaba a desplegar en su desesperación– pero con toda probabilidad abrirá paso franco al conservador Pierre Poilièvre, escéptico ante el cambio climático y las instituciones financieras nacionales, apologista de las criptomonedas, detractor de las vacunas.

Son tiempos de secas. Y acaso hayan de empeorar antes de mejorar. Queda preguntarse qué hacemos mientras.

POR NICOLÁS ALVARADO

COLABORADOR

IG y Threads: @nicolasalvaradolector

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