COLUMNA INVITADA

Primero de Febrero

Esta fecha se marca por el arranque de sesiones en el Congreso, pero también por los aranceles contra México

OPINIÓN

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Hugo Eric Flores / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México
Hugo Eric Flores / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: El Heraldo de México

El 1º de Febrero de 2025, es decir mañana, suceden dos acontecimientos muy importantes en este inicio de año para México. El primero, comienza el periodo de sesiones del Pleno del Congreso de la Unión reiniciándose la actividad legislativa. La expectativa es múltiple porque además de importantes reformas a leyes reglamentarias y secundarias de la Constitución, están en la agenda la Ley de Infonavit y las de empresas estatales Pemex y CFE; pasando por la Reforma Electoral, y viendo si se siguen incorporando derechos sociales a nuestro texto constitucional que han dado un giro a la manera en que es concebido nuestro estado de derecho. En pocas palabras, sabremos pronto si se sigue reescribiendo la Constitución Política mexicana.

Segundo, porque es la fecha que Donald Trump fijo para anunciar los aranceles y las posibles nuevas tarifas comerciales que impondría a los productos mexicanos y canadienses, acabando con una era de más de 30 años de libre comercio entre el bloque comercial más sólido y grande del mundo actual. No es poca cosa. En pocos días de gobierno, Trump ha demostrado que su discurso político ahora si se está haciendo realidad y los temas de comercio internacional, narcotráfico y migración ocupan y preocupan a todos los países del mundo.

Para nuestros lectores que no están familiarizados con el lenguaje de comercio  internacional permítanme comentar brevemente algunos conceptos para que pueda  entender las conclusiones a las que arribare en esta columna. Los aranceles y las tarifas son obstáculos al comercio internacional porque aumentan los costos de los productos, reducen la competitividad de las empresas locales y limitan el acceso a los mercados, afectando finalmente al consumidor, a los productores ya las empresas en lo particular; y, en general, a los países y regiones en su crecimiento económico.

Los “aranceles” son impuestos a los productos importados. Tienen como objetivo recaudar recursos para los gobiernos y proteger a los productores y empresas locales de la competencia que viene del exterior. Las “tarifas” son, por otra parte, cargos  adicionales de dinero que también van a las arcas gubernamentales, como por ejemplo, el pago de derechos aduanales.

Existen otras “medidas no arancelarias” que también restringen el comercio mundial. Por ejemplo, “cuotas o cupos de importación” para restringir el número de productos o la cantidad de estos. Por ejemplo, hay una cuota para la importación del maíz, no pueden ser importadas un mayor número de toneladas pues si se rebasa esa cuota después se pueden cobrar impuestos a la cantidad adicional. Otras medidas no arancelarias son prohibiciones o regulaciones en materia sanitarias o fitosanitarias, por mencionar algunas.

A principios de la década de los 90s tomó gran fuerza la investigación y la enseñanza en las escuelas de derecho sobre la intersección entre el derecho y el desarrollo económico. Todos los estudiantes de esos tiempos estábamos interesados en aprender sobre comercio internacional. Era un nuevo paradigma mundial en el que a partir de la legislación internacional se creaban la legislación nacional; así como las políticas públicas que determinaban la gobernanza de un país. El ideario neoliberal tenía en su catálogo de políticas públicas de manera principalisima al libre comercio; pero eso requería el fortalecimiento del estado de derecho como un elemento fundamental para dar certidumbre a la inversión extranjera y potenciar el desarrollo económico. De esa manera, la economía y el derecho se volvieron ciencias sociales inseparables.

La experiencia Europea primero con la Comunidad Económica Europea y después con la Unión Europea detonó en todo el mundo la necesidad de crear bloques comerciales para ampliar mercados y protegerse regionalmente de la posibilidad que algún bloque no se apropió del comercio mundial. Los gobiernos pensaban en esos tiempos que el triunfo comercial de algunas podría provocar disparidades sociales y económicas desastrosas para quienes no siguieran la era de la “educación globalización económica”.

Así, la ideología Neo-liberal tenía como mantra que aumentar el comercio provocaría  el crecimiento económico de los países y crearía empleos por la inversión que llegaría, teniendo como beneficios la reducción de la migración ante la creación de empleos que se generarían localmente resultado de dicha inversión. Adicionalmente, los países subdesarrollados se verían beneficiados pues no solo se generarían empleos, sino que estos también serían mejor pagados. 

La Organización Mundial de Comercio (OMC), organismo que promueve la liberalización del comercio y la reducción de las barreras comerciales tomó una fuerza política insospechada. Todos los profesionales de la economía y el derecho no dudaban en desarrollarse profesionalmente ahí, ese think-tank global al que países enteros atendían en sus recomendaciones y políticas, pues ahí se construían las reglas y la prosperidad del nuevo orden mundial. Demasiado bello para ser realidad. Aun así, algunos países que supieron adaptarse más rápido y aprovechar estas nuevas reglas mundiales fueron los indiscutibles ganadores.

Los esfuerzos para facilitar el comercio entre las naciones y agilizar los procedimientos comerciales y aduaneros, para reducir costos y tiempos de espera. La mayor variedad de productos y servicios; precios más bajos por la reducción de impuestos pero también por un comercio que promovía la competencia, ya que esta provocaría mayor calidad a los productos. Las empresas se beneficiaban ante el acceso a nuevos mercados, por la reducción de costos por no pago de aranceles que impactaba  los gastos de producción y de distribución; aumentaría la competitividad al exponerlas a la competencia extranjera, y tendrían mano de obra más barata y mejor calificada. 

El comercio fomentaba la cooperación internacional, resolvía conflictos comerciales de manera legal y pacífica; promovía la inversión extranjera directa y la creación de empleos; y mejoraba también la gobernanza interna. Los trabajadores se beneficiaban porque ganarían mejor, desde luego que el mantra decía que se generarían empleos mejor remunerados. Insisto demasiado bello para ser cierto.

Hoy, los gobiernos  en  los Estados Unidos hablan de la pérdida de empleos; explotación laboral, dumping (que países pasen sus productos ilegalmente beneficiados de tratados comerciales de otros), degradación ambiental; entre muchos otros. Los beneficios del comercio no fueron compartidos de manera justa y equitativa, y al final ganaron solo algunas empresas y pocos países, entre ellos: China.

Si ganó China y pongo un ejemplo claro: la industria textil y maquiladora mexicana está destruida. Los productos chinos acabaron prácticamente con los productos de ropa, hoy las empresas mexicanas reetiquetan productos chinos ante la imposibilidad de competir con sus costos. De eso habla Trump, y esa es la realidad de México. No dice mentiras el presidente norteamericano y esto fue porque Mexico no supo aprovechar su momento. En lugar de volvernos grandes productores, de convertirnos en parte de la cadena de producción y distribución nos conformamos con ser sede de empresas transnacionales, nuestra planta productiva nunca despegó. 

Ante el planteamiento de Trump, hoy se necesitan nuevas políticas públicas. Ha pasado casi desapercibido para nuestra sociedad, no para los analistas, el denominado “Plan México” un verdadero programa de desarrollo económico. Nunca vamos a entender porque no lo hicimos hace tres décadas. Lo planteado por la Presidenta Sheinbaum y por Marcelo Ebrard es volver a México como China. Hasta estos momentos es lo mejor que ha presentado el nuevo gobierno mexicano. Pocos estamos hablando de restablecer la planta productiva nacional, porque en lo que falló el programa neoliberal fue en no advertir que habría ganadores y que estos serían muy pocos. Nosotros exportamos aguacates a cambio a ellos les compramos teléfonos inteligentes. Por eso, allá siguen siendo prósperos y ricos, y nosotros seguimos siendo pobres y poco productivos. Ellos nos venden tecnología, nosotros hortalizas.

El 1º de febrero es el día de repensar nuestro futuro. Existe la posibilidad de un cambio de paradigma mundial con las nuevas políticas trumpistas. Pero aquí en México necesitamos nuevas aduanas, menos corrupción, más gobierno y más patriotas en el sector público, privado y social.

El día de hoy es mi columna número 77 en el Heraldo, situación que agradezco mucho a su director y a su editor. Me gusta el número 77, doble perfección, para decir que en la visión de una México productivo y productor descansa nuestro futuro. Y, siendo el optimista que soy, sostengo que si el “Plan México” despega y se le da seguimiento transexenal, nuestro país debe convertirse en la nueva China. Si, la China de América. Y ahí, ni Trump, ni nadie le arrebatará a México el lugar protagónico que hace décadas está llamado a jugar en el comercio internacional. 

POR HUGO ERIC FLORES 
DIPUTADO DE MORENA
@HUGOERICFLORES

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