La irrupción de DeepSeek en el mercado global de la inteligencia artificial cimbró al sector tecnológico en todo el mundo. En cuestión de horas, la plataforma china provocó una caída histórica en el valor de empresas estadounidenses como Nvidia. Más allá de sus efectos inmediatos, el acontecimiento nos obliga a replantear los términos de la competencia tecnológica global.
Es cada vez más evidente que la batalla por la hegemonía mundial ha dejado de librarse en los campos tradicionales del poder militar, económico o cultural para concentrarse, casi por completo, en el dominio de las tecnologías emergentes.
Hace unos días se anunció el Proyecto Stargate: una iniciativa sin precedente que ilustra el desvanecimiento de las fronteras entre el poder del Estado y el poder corporativo. Con una inversión de 500 mil millones de dólares, Stargate representa la apuesta más ambiciosa de EU por mantener la supremacía tecnológica mundial. El proyecto —liderado por SoftBank, OpenAI, Oracle y MGX— pretende establecer una red masiva de centros de datos para impulsar el desarrollo de modelos avanzados de IA.
Sin embargo, la aparición de DeepSeek ha mostrado que es posible desarrollar modelos comparables a las versiones estadounidenses más avanzadas con, supuestamente, apenas una fracción de los recursos necesarios. De ser cierto, DeepSeek cuestionaría tanto la necesidad de grandes inversiones en infraestructura como la eficacia de las restricciones impuestas a China en los últimos años. El factor clave no sería la cantidad de recursos disponibles, sino las capacidades de innovación, eficiencia y adaptación.
Más que una competencia tecnológica, presenciamos una reconfiguración del orden global. A diferencia de la Guerra Fría —donde la carrera armamentista y espacial enfrentaban a dos sistemas ideológicos claramente representados por sus gobiernos—, la actual batalla por la conquista del dominio tecnológico se desarrolla en un contexto más complejo, con más actores e intereses en juego.
En el siglo XXI, la línea que separa los intereses corporativos de los intereses nacionales es cada vez más difusa. No es casual que los líderes tecnológicos estadounidenses tuvieran un lugar privilegiado en la toma de posesión del presidente Trump, porque también tienen incidencia directa en la definición de sus políticas. La nueva élite empresarial tiene un protagonismo más estructural que sus antecesoras.
La “guerra fría” de nuestro tiempo no es sólo una confrontación ideológica, política o económica, es una competencia por el control del desarrollo tecnológico y su herramienta más poderosa: la IA. En ese escenario, las empresas se han convertido en actores geopolíticos por derecho propio, mientras que los gobiernos se han asociado con ellas a partir de intereses en común.
El Proyecto Stargate y DeepSeek son dos caras de la misma moneda: la batalla por liderar el desarrollo de la IA para definir su rumbo. Independientemente de quiénes protagonicen esa batalla, los estados tienen el desafío y la responsabilidad de asegurar que ninguna herramienta tecnológica se convierta en un arma que pueda ser usada contra los derechos y las libertades de las personas.
POR CLAUDIA RUIZ MASSIEU
DIPUTADA FEDERAL
@RUIZMASSIEU
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