Un poco de historia nunca sobra. En la accidentada relación con nuestros vecinos del norte encontramos episodios que pueden servir de referencia. Hay de todo, desde embajadores americanos que se esmeraron en generar la discordia entre los mexicanos, hasta uno que se propuso derribar un gobierno, con tanto éxito que de pasada mató a un apóstol.
Qué decir de nuestros presidentes: uno vendió la mitad del país, otro los invitó a bloquear Veracruz y luego les firmó un tratado de tal ignominia que los propios americanos lo criticaron. Los hubo informantes de la CIA, pero el colmo lo representa aquel que no pagó su tumba y cuyos huesos son propiedad de una ciudad gabacha.
El mandato del presidente Trump y la agenda que plantea han ocasionado contrariedades para diversos gobiernos. Hasta ahora, en la mira del político: Dinamarca, Panamá, Colombia, Canadá y México. China, dígase lo que se diga, se cuece aparte, lo mismo que Rusia.
En nuestra surrealista práctica de la política, la coyuntura toma diversos caminos. El gobierno optó por la cautela y pone su esfuerzo en no generar mayor tensión a la ya existente. En el partido oficial, varios de los actores estelares se propusieron llevar agua a su molino, y desde el baúl de los recuerdos sacaron frases trasnochadas y adjetivos tronantes para arremeter contra la oposición.
Al debate saltaron los nombres de Miramón, Mejía y Juárez. No me queda claro si los morenistas conocen la historia o usan algún manual “pedorro” (término que significa “balín” en el lenguaje de un folclórico senador de la mayoría).
En el Panteón de San Fernando, en la Ciudad de México, se encuentran las tumbas de Juárez, Mejía, Zaragoza y Miramón. Aclaro: los esqueletos de los dos últimos fueron a parar a Puebla. El de mi paisano, héroe del 5 de mayo, en un arranque nacionalista lo colocaron en medio de una ruidosa avenida y el de Miramón se lo llevó su esposa para no derramar bilis al pasar frente al mausoleo del oaxaqueño.
Mejía y Miramón combatieron a los gringos, el primero en la Angostura y el segundo en Chapultepec. Zaragoza, nacido en esa parte de Coahuila llamada Texas, en el 47 intentó alistarse para combatir a los americanos; fue rechazado, tenía 13 años. Juárez, para vencer a Miramón en Veracruz, no dudó en recibir el apoyo de los norteamericanos. Tampoco le tembló la mano para autorizar los tratados de McLane-Ocampo, unos bodrios que reducían la soberanía nacional. Años después, la historia perdonaría los pecados del Benemérito y condenaría los del “joven Macabeo” y su cuate otomí.
Los de Morena claman por una unidad que no practican y construyen falsas narrativas para esconder compromisos inconfesables. “Remember” el penoso incidente relatado por el señor Kushner y aquella frase impublicable que nos colocó en calidad de gatos.
POR RUBÉN MOREIRA VALDEZ
PAL