Queridos lectores de El Heraldo de México, se nos acaba otro año. Vendrán tiempos de recogimiento, de reflexión y muchas veces de renovados propósitos que terminan en el cesto de la basura en febrero. Pensemos distinto esta vez. Imaginémonos que nos podemos medir (nuestro éxito, nuestra felicidad) de manera distinta en el año que casi comienza.
En un mundo que se mueve a un ritmo cada vez más frenético, la productividad se ha convertido en un imperativo cultural. Se nos insta a lograr más, ser más eficientes y optimizar cada aspecto de nuestras vidas. Sin embargo, en 2025, una nueva corriente está cuestionando estos supuestos, proponiendo un cambio radical: sustituir las metas por sistemas, repensar el concepto de productividad y priorizar la felicidad y el ocio sobre el simple cumplimiento de tareas. Esta perspectiva no solo tiene raíces filosóficas, sino también científicas, con estudios recientes que la avalan.
Las metas, aunque útiles para marcar un rumbo, tienden a generar ansiedad y a menudo conducen a una sensación de vacío una vez alcanzadas.
James Clear, autor de Hábitos atómicos, sugiere que los sistemas—procesos diseñados para mejorar continuamente—son una alternativa más sostenible.
“Las metas son sobre el resultado que quieres lograr; los sistemas son sobre los procesos que te llevan allí”, escribe Clear.
En lugar de obsesionarnos con correr un maratón o terminar un proyecto monumental, Clear aboga por enfocarnos en desarrollar hábitos pequeños y consistentes, como salir a correr tres veces por semana o dedicar tiempo diario a la escritura creativa. Este enfoque no solo reduce la presión psicológica, sino que también fomenta una sensación de progreso continuo, una de las claves para el bienestar identificadas por el Estudio de Desarrollo Adulto de Harvard, el más extenso sobre felicidad realizado hasta la fecha.
La productividad, tal como la entendemos, se mide casi exclusivamente en términos de resultados tangibles. Sin embargo, el mencionado estudio de Harvard, liderado por Robert Waldinger, revela que las relaciones significativas y el tiempo dedicado a actividades placenteras son indicadores mucho más fiables de una vida satisfactoria.
En este contexto, sustituir las listas de pendientes por listas de “no pendientes”—tareas y compromisos que deliberadamente evitamos o eliminamos—puede ser transformador. Priorizar lo importante sobre lo urgente es una práctica que resuena con las ideas de Stephen Covey. Él argumenta que muchas veces sacrificamos nuestras prioridades más profundas por responder a crisis inmediatas, cayendo en una espiral de estrés y superficialidad.
Un ejemplo paradigmático de esta revalorización del tiempo es la tendencia creciente de empresas que implementan semanas laborales de cuatro días, como parte de un sistema que prioriza el ocio y el bienestar de sus empleados. Los resultados iniciales en países como Islandia y Japón muestran no solo aumentos en la satisfacción laboral, sino también en la productividad neta.
El ocio, a menudo subestimado en nuestra cultura de “hustle”, es fundamental para la creatividad y la innovación. Bertrand Russell, en su ensayo Elogio de la ociosidad, ya advertía en el siglo XX que el trabajo excesivo empobrece tanto la mente como el espíritu.
En la actualidad, estas ideas encuentran eco en neurocientíficos como Andrew Huberman, quien ha señalado que los momentos de descanso y desconexión permiten a nuestro cerebro consolidar aprendizajes y generar nuevas conexiones neuronales.
Practicar un ocio consciente—ya sea a través de actividades artísticas, paseos en la naturaleza o simplemente meditación—nos devuelve la capacidad de asombrarnos, una cualidad esencial para enfrentar los retos del mundo moderno con una perspectiva renovada.
En lugar de perseguir metas de manera obsesiva, el 2025 nos invita a adoptar una visión más integral de la productividad, donde el equilibrio, la sostenibilidad y el bienestar ocupen el lugar central. No se trata de abandonar la ambición, sino de redefinirla, alineándola con sistemas que valoren tanto el proceso como el resultado.
En última instancia, como sugiere el filósofo Alain de Botton, “El éxito no se mide por la velocidad con la que alcanzamos nuestras metas, sino por la calidad de nuestras experiencias mientras las perseguimos”. Este cambio de paradigma, respaldado tanto por la ciencia como por la filosofía, puede ser la clave para un futuro donde la productividad no esté reñida con la felicidad, sino que sea su aliada más fiel. Feliz y próspero año nuevo.
POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU
MAAZ