POLÍTICA Y DIPLOMACIA SOSTENIBLE

Pídele al tiempo que vuelva

Actualmente Estados Unidos es la potencia hegemónica reinante, que se beneficia del orden internacional creado por ella. Está inmersa en una inescapable competencia hegemónica con China

OPINIÓN

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Miguel Ruiz Cabañas / Política y Diplomacia Sostenible / Opinión El Heraldo de México
Miguel Ruiz Cabañas / Política y Diplomacia Sostenible / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El gran proyecto de Donald Trump me recuerda la película “Pídele al tiempo que vuelva”, como se tituló en español la obra “Somewhere in time” (1980), ambientada en el año de 1912. El referente histórico de Trump no es ningún presidente estadounidense, republicano o demócrata, de los últimos ochenta años. Su modelo es, como él mismo proclamó en su discurso inaugural del 20 de enero, nada menos que William Mckinley, el último presidente de su país del siglo XIX (1897 a 1901), e iniciador del imperialismo estadounidense de las primeras décadas del siglo XX.  

Igual que Trump, Mckinley fue un acérrimo proteccionista, que impuso elevados aranceles a otras naciones para proteger a la industria de su país. También fue un decidido expansionista, la sorprendente inclinación de la que ahora Trump hace gala, con su insistencia en adquirir Groenlandia, recuperar el control del Canal de Panamá y, ya sea que lo diga medio en broma o medio en serio, en convertir a Canadá en el estado 51 de Estados Unidos. Parte de esa visión es renombrar al Golfo de México, como “Golfo de América”.

Mckinley derrotó a España en 1898, con lo que Estados Unidos se hizo del control de Cuba y Puerto Rico en el Caribe, y de Filipinas, en Asia. En ese mismo año, decretó la anexión de Hawai, lo que le permitió controlar las rutas de navegación por el Océano Pacífico. Su sucesor, Theddy Roosevelt, continuó con ese ímpetu expansionista, articulando una nueva diplomacia a la que llamó “del gran garrote” (Big Stick), cuyo lema fue “habla suavemente y lleva un gran garrote, así llegarás lejos”.

El mismo Teddy Roosevelt formuló, en 1904, después de un bloqueo impuesto por el Reino Unido, Alemania e Italia a los puertos venezolanos por la falta de pago de una deuda, el “Corolario Roosevelt” a la Doctrina Monroe, por medio del cual Estados Unidos se atribuyó el poder de actuar como “policía internacional”, e intervenir en las repúblicas americanas cuando considerase que éstas no cumplían adecuadamente sus obligaciones internacionales, o de plano tuvieran gobiernos contrarios a sus intereses. En la práctica, ese Corolario dio un giro radical de la Doctrina Monroe. Ya no se trataba de defender el postulado de “América para los americanos”, sino de “América para los norteamericanos”.

Trump parece haber renunciado a un mundo regido por reglas, basadas en el derecho internacional, y al libre comercio, como formas de promover la paz, la estabilidad y la prosperidad económica global. Esa visión fue la receta contra el nacionalismo extremo, el proteccionismo, y el expansionismo territorial que llevó a la Segunda Guerra Mundial en 1939. Una visión que, como dice Fareed Zakaria, fue exitosa a lo largo de ochenta años, y cuyo principal beneficiario han sido los propios Estados Unidos.

Trump no lo considera así. Sostiene que terminará con la era “en que otros países han abusado de Estados Unidos”. Argumenta que los déficits comerciales de su país con otras naciones constituyen una amenaza inaceptable a la seguridad nacional estadounidense. No importa que esos déficits sean ampliamente compensados por las inmensas entradas de capitales producto de la hegemonía del dólar. Ahora amenaza con imponer aranceles a sus principales socios comerciales, México y Canadá.

La visión de Trump significa el fin de una era, la de la globalización comercial y libre movimiento de capitales, iniciada al final de la guerra fría a principios de los años noventa del siglo pasado, con la desaparición de la Unión Soviética y la plena incorporación de China a la economía mundial, la ampliación de la Unión Europea, y la conformación de bloques comerciales, como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

El problema con la visión nacionalista, proteccionista y expansionista de Trump, es que el escenario internacional actual no se asemeja en nada al mundo de fines del siglo XIX. Su pretendido expansionismo significa vía libre para que las potencias que más disputan su hegemonía, China y Rusia, hagan exactamente lo mismo. La posición hegemónica global de la que aún disfruta Estados Unidos es muy distinta de la que ocupaba a principios del siglo pasado, cuando su reto era competir con las potencias imperiales europeas, hasta alcanzar la posición de privilegio que ocupa hoy.

Actualmente Estados Unidos es la potencia hegemónica reinante, que se beneficia del orden internacional creado por ella. Está inmersa en una inescapable competencia hegemónica con China. Corre el riesgo de verse desplazada como la primera potencia económica y tecnológica mundial. Necesita fortalecerse internamente, pero también su posición internacional. Para defender su posición actual y competir con China requiere contar con aliados confiables como México y Canadá. Por lo tanto, lo que debería hacer es fortalecer su alianza regional, no tratar de minar la fortaleza de sus vecinos imponiéndoles aranceles, que inevitablemente también serán sumamente costosos para su economía y su población, y disminuirán su capacidad para competir con China.   

POR MIGUEL RUIZ CABAÑAS

DIPLOMÁTICO DE CARRERA Y PROFESOR EN EL TEC DE MONTERREY

@miguelrcabanas

miguel.ruizcabanas@tec.mx

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