La publicación de la orden ejecutiva por parte del gobierno de Donald Trump, en la que se clasifica a los cárteles del narcotráfico en México como organizaciones terroristas, constituye un acto que trasciende el ámbito de la seguridad y se convierte en un desafío directo a la soberanía de México, así como a los principios que han guiado la cooperación bilateral a lo largo de la historia. La experiencia ha demostrado que las soluciones unilaterales tienden a generar más problemas de los que pretenden resolver, socavando las bases de confianza y respeto mutuo esenciales para afrontar desafíos comunes, como el narcotráfico.
Es innegable que el narcotráfico representa un problema grave que afecta la seguridad, el desarrollo social y la estabilidad económica de México y, por extensión, de Estados Unidos. Sin embargo, equiparar a dichas organizaciones con grupos terroristas es una simplificación peligrosa que ignora las raíces profundas del fenómeno. El narcotráfico es el resultado de una compleja red de factores que incluyen la desigualdad, la corrupción y, sobre todo, la voraz demanda de drogas en el mercado estadounidense.
El terrorismo responde a una motivación política o ideológica, mientras que los cárteles actúan con fines estrictamente económicos, buscando maximizar sus ganancias mediante actividades ilícitas. Equipararlos implica una simplificación que puede dar lugar a estrategias mal orientadas y contraproducentes. Combatir el crimen organizado requiere un enfoque integral que no solo aborde la oferta de drogas, sino también la demanda y el flujo de armas hacia México. Ignorar estos factores solo perpetúa un ciclo de violencia que no beneficia a ninguna de las partes involucradas.
Advertir sobre los riesgos de esta designación no implica, en ningún caso, restar importancia al impacto devastador que los cárteles tienen en nuestra sociedad, ni expresar simpatía por sus acciones. Al contrario, se trata de reconocer que la lucha contra el crimen organizado requiere de estrategias integrales, bien fundamentadas y responsables, que aborden no solo los efectos inmediatos, sino también las raíces del problema.
Si algo nos han enseñado las intervenciones de nuestro vecino del norte es que, bajo el pretexto de combatir el terrorismo, los costos humanos y sociales suelen ser incalculables. México y Estados Unidos comparten una frontera extensa, intereses comunes y una responsabilidad compartida. Etiquetar a los cárteles como terroristas podría marcar un antes y un después en esta relación.
En lugar de recurrir a medidas simplistas y potencialmente dañinas, es hora de replantear la lucha contra el narcotráfico desde un enfoque de cooperación genuina, respeto mutuo y un compromiso real con la paz y la justicia. México y Estados Unidos tienen una oportunidad invaluable para trabajar juntos en soluciones que realmente ataquen las raíces del problema y fortalezcan los lazos entre ambos países, en lugar de fracturarlos. Así lo pienso ¿Y tú?
Juan Luis Montero García
Abogado Penalista
@JuanLuisMontero
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