En los días previos al inicio de gestión de Donald Trump como Presidente de Estados Unidos se han publicado abundantes análisis acerca de su personalidad, de sus planes, de su equipo designado, sus fobias y sus filias; no he visto su carta astral pero seguro está en alguna publicación. Conocemos incluso buena parte de su expediente criminal y su retorno a esa posición sucede en un ambiente mundial turbulento e incierto. Si bien no es el único actor político capaz de incrementar la tensión internacional, si parece el más desapegado para hacerlo pues sólo su personalidad le ata a la realidad, a diferencia de aquellos líderes que se plantean una corresponsabilidad con el futuro de su comunidad, de su nación o incluso del mundo.
Uno de los autores que Trump ha leído o escuchado es George Friedman, un analista político dedicado a la prospectiva y quien basa sus comentarios en la idea de que el motor de los países es el Poder y sustenta este en los factores clásicos de las relaciones internacionales: territorio, población, recursos naturales y conocimiento. A lo que se suman capacidades tecnológicas y militares.
Friedman es un convencido de que hay que superar la contradicción de ser una república con ambiciones imperiales y dar el paso a esto último.
Mi profesor Thiago Cintra, justo estudió esta contradicción estadounidense como el eje de su bizarra política exterior y el constante debate de poder entre una y otra posición; la democracia de los valores fundacionales o la ambición desmedida de los migrantes iluminados por una misión divina. Tal vez por eso, como señala Jeffrey Sachs, la política exterior de Estados Unidos en los últimos veinte años ha sido más dirigida por Benjamin Netanyahu, manipulando ese eje en función de sus intereses personales, que no los nacionales de su país. Todo lo anterior ilustra precisamente la incertidumbre de este momento.
Friedman asegura en su libro “Los próximos 100 años. Un pronóstico para el siglo 21”, que este será un “siglo americano”. Pero para que ello suceda deberá fortalecer su vecindario inmediato, no habla de apropiación territorial, pero sí de una estrecha relación en América del Norte que garantice acceso a recursos naturales, defensa territorial, crecimiento demográfico y un fuerte mercado interno de la región.
Sin embargo, Friedman ve riesgo de conflicto con un México en crecimiento e incluso en la realidad de que la demografía estadounidense verá convertir a “los blancos” a sólo la primera minoría. Digamos, que el proyecto del siglo americano necesita de México, su ubicación y sus recursos, pero ello conlleva riesgos y posibles enfrentamientos, incluso bélicos, además de la creciente “hispanización” de EU.
Por ello, me temo, es que Trump se anuncia agresivo, en una postura más que de negociación de sometimiento para asegurar que seamos parte de ese proyecto de bienestar americano pero supeditado. Papel similar al que espera de Canadá y otros aliados.
Friedman es un alimentador de paranoias, pues no contempla desarrollos compartidos, solidarios y corresponsables. Su permanente invitación al conflicto y al dominio le hace un ave de muy mal agüero. El problema es cuando otros le hacen caso y más si tienen poder. Planear, pronosticar, analizar son reflexiones válidas, convertirlas ellas en justificación ideológica para acciones de política exterior son un paso al totalitarismo.
POR DAVID NÁJERA
EMBAJADOR DE MÉXICO, ACTUALMENTE PRESIDE LA ASOCIACIÓN DEL SERVICIO EXTERIOR MEXICANO A.C.
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