MALOS MODOS

Julio Trujillo

Conozco a Julio Trujillo casi desde la prehistoria: coincidimos en la Facultad, que cuando se escribe así, con mayúscula, significa: en Filosofía y Letras de la UNAM

OPINIÓN

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Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de México
Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Conozco a Julio Trujillo casi desde la prehistoria: coincidimos en la Facultad, que cuando se escribe así, con mayúscula, significa: en Filosofía y Letras de la UNAM, más o menos cuando empezaban los 90. A largos ratos, era una maravilla tenerlo al lado. En el futbol, que jugamos juntos por poco tiempo, resultaba incluso más tronco que yo, y la cosa no mejoraba en el básquet. O sea que te mejoraba por contraste. En lo demás, no. Ahí te mejoraba porque compartía cosas que valían la pena.

Ya entonces era un buen poeta que matizaba el narcisismo, no raro en el gremio, créanme, con un cierto humor. Le recuerdo, de por entonces o algo después, un poema con mucha gracia dedicado al Pato Lucas, que no logro encontrar en mi biblioteca y que está lleno de encanto, en todos los sentidos de la palabra. Lo llama “pato naco”, cosa que es una descripción exhaustiva en dos palabras. Un hallazgo muy suyo.

Aparte del fut y el básquet, coincidimos en la chamba durante muchos años, en Letras Libres, gracias al querido Enrique Krauze, desde los arranques de la revista, el 99. Éramos, faltaba más, los de la talacha editorial, que es lo que nos tocaba, y me parece que, la verdad, lo hicimos bien.

Al menos logramos que no nos hicieran picadillo Vargas Llosa, Gabriel Zaid, Cabrera Infante, Pepe de la Colina y José Emilio Pacheco, columnistas que llegaron siempre a tiempo y sin demasiadas erratas a la imprenta. En unas chingas infernales, sobre todo al principio, terminábamos los cierres de edición agotados, a eso de las cuatro de la mañana, pero, en general, con risas. En gran medida, gracias a su bien estar. Esa alegría.

Bebimos mucho, en general con resultados mucho más malos para uno que para él, dotado de una llamativa inmunidad para la cruda. Ahí le aprendías otras cosas. De música, por ejemplo. Le debo a Tom Waits, nada menos, y algunas joyas del blues y del jazz del de mucho antes de que se volviera una cosa posmoderna y neoyorquina más bien insoportable. Vimos algo de cine, ajenos a los festivales y lo sublime. Recuerdo que no lloró, pero dijo que estaba a punto de llorar, con los Ewoks, en lo que llamábamos la “tercera parte de Star Wars”, que creo que es la sexta, que no había visto.

Era una pesadilla constatar que le gustaba a todas las mujeres, lo que no era obstáculo para llegarle con alguna pena amorosa y que supiera responder con ese cariño distante y socarrón que disimulaba su buen sentido, ese que uno tiene siempre cuando se trata de los demás, y un afecto que lograba transmitir sin concesiones a la emotividad. Luego, porque era de fritangas, te llevaba a echarte unos de suadero y a dejarte de lamentar.

Eran otros tiempos. Lo llamábamos, con cariño, Negro. Se podía, porque no había imperado el wokismo. Y, supongo, se puede. Abrazos, Negro. Hasta siempre.

POR JULIO PATÁN

COLABORADOR

@JULIOPATAN09

MAAZ