COLUMNA INVITADA

Don Fermín

La noche fue de velorio en el patio de la casa: él vestido de traje y colocado sobre una mesa grande con un gran mantel blanco

OPINIÓN

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Antonio Meza Estrada / Colaborador / Opinión El Heraldo de México
Antonio Meza Estrada / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Un enero como estos, mi abuelo Fermín nos dejó. Él gustaba de escribirle versos con pluma fuente a la guadalupana. Varias veces fue migrante a Estados Unidos y sus mejores años los vivió en el valle de Mexicali como contador de una empresa cooperativa agrícola, a donde llegó en 1917. 

Hace sesenta y cuatro años, yo era alumno de tercero de primaria en la escuela de Nazas, en el norte de Durango. Los jueves, el horario vespertino terminaba antes -a las cuatro y media-. Me fui caminando con los amigos hasta que llegué a casa, a tres cuadras del plantel. 

Escuché desde la puerta a mi abuela llorar y gritar, me acerqué y me dijo: “tu abuelo, se nos va… ve por el médico”. 

Lancé la mochila y salí corriendo al consultorio. Al llegar y explicarle, el doctor tomó un maletín, su sombrero y en su carro llegamos a casa. 

Sin mediar palabra le aplicó un chok en el pecho. El cuerpo reaccionó, pero el corazón ya no. 

La noche fue de velorio en el patio de la casa: él vestido de traje y colocado sobre una mesa grande con un gran mantel blanco. Las mujeres entraban y rezaban, hacían cánticos religiosos.

Afuera los hombres tomaban, cuchicheaban y dejaban pasar las pesadas horas de la madrugada. A media mañana fue depositado en un ataúd hecho ex profeso en la funeraria del tío Juan. Mi abuelo era muy alto y corpulento. 

El padre Lino, le ofició misa de cuerpo presente, los responsos y la salida al panteón que está a la entrada del pueblo. Dicen que el ataúd no cupo en la tumba, porque el abuelo era muy alto. Los albañiles tumbaron una de las paredes para ampliar la fosa. Entre tanto las mujeres vestidas de negro y pañoleta obscura lloraban y rezaban. 

Yo me quedé con mi abuelita para atenuar su soledad. A los días llegó mi madre, me llevó con ella a su casa en la frontera y dejé en ese pueblo a mi abuela, mi escuela, mi mochila, mis amigos y a mi abuelo -él, en su fosa-. Mi abuela, años después se fue también al norte y yo nunca regresé a Nazas, hasta cuarenta años después: era mucho mi dolor. 

Recuerdo a don Fermín, ahora, 64 años después de su partida.

POR ANTONIO MEZA ESTRADA

COLABORADOR

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MAAZ